lunes, diciembre 2, 2024
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Sindicatos, lo que la crisis se llevó

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La circunstancia diferencial de la recesión económica en España respecto de los demás países de nuestro entorno es la tasa de desempleo. Desde ayer, con casi 180.000 parados más, nos acercamos a los tres millones, una cifra que no se daba en España desde hace muchos años. Y Solbes ya ha anunciado que el 2009 será aún peor. Hasta los más optimistas admiten ya que alcanzaremos el año que viene los cuatro millones de desempleados, es decir, un 15% de la población activa se encontrará sin trabajo.

¿Por qué ocurre esto en España y no en el resto de los países que también soportan una severa recesión? Es sencillo: porque aquí la normativa laboral se ha fosilizado y porque los sindicatos sólo defienden a los asalariados y no a los parados. En el ámbito laboral era precisa una reforma estructural que adaptase las circunstancias del empleo -incrementos salariales, movilidad, flexibilidad horaria, etcétera- a las demandas razonables del mercado, en línea con lo que los empresarios han venido defendiendo sensatamente.

Las centrales sindicales, burocratizadas, incrustadas en el establecimiento público, subvencionadas, se han limitado a negarse en redondo a modernizar la normativa laboral y a introducir elementos de versatilidad en la prestación laboral. Esa rigidez es, entre otras razones, la que nos está llevando a un desempleo histórico que, en cascada, provocará males adicionales de carácter social. Pero en el pecado van a llevar los sindicatos la penitencia, porque en esta crisis su voz es inaudible y su protagonismo ha menguado hasta la práctica desaparición.

Los grandes sindicatos españoles -UGT y CCOO- resultan excéntricos a la realidad socio-económica actual. Su aportación es irrelevante, mientras se desmorona el empleo. Ni una propuesta imaginativa, ni un esfuerzo teórico por indagar soluciones -en otros países lo han hecho llevando a la práctica fórmulas novedosas de solidaridad con la empresa y con los trabajadores en situación precaria-, ni una exigencia verdaderamente creíble al Gobierno -y, en su caso, a la oposición- para el diseño de políticas de contención ante la marea imparable de destrucción de puestos de trabajo.

Lo mismo que esta crisis se ha llevado por delante a determinadas oligarquías directivas y ha condenado comportamientos especulativos, es muy posible que también haya dejado tocados y casi hundidos a los sindicatos. No han cumplido con el papel que tenían asignado en el sistema y el volumen de su ausencia y su voz inaudible se convierte en una denuncia por su ineficacia. Los dirigentes sindicales parecen estar anclados en el pasado y actuar conforme a guiones superados según los cuales los sindicatos sólo asumían un rol reivindicativo. La crisis -que los está laminando- les indica que su función debió ser más activa, más participativa.

Es cierto que el discurso de Rodríguez Zapatero -el mantenimiento de los gastos sociales como idea-fuerza de todos sus discursos- ha fagocitado la voz sindical, pero ni siquiera de esa suplantación se han percatado nuestros inefables Méndez y Fidalgo, que deambulan de foro en foro, de canutazo en canutazo, profiriendo un discurso tópico y anacrónico mientras parados y empleados se preguntan para qué sirven esos mamotretos organizativos como son las centrales. La falta de renovación en la titularidad de los cargos sindicales más importantes y la indolencia en la reinvención que estas entidades precisan para mantenerse vigentes ha conducido la situación sindical en España a la marginalidad. No cuentan -la crisis se los han llevado por delante- en un país con la tasa más alta de paro en Europa. Y lo que queda por venir.

José Antonio Zarzalejos

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