viernes, octubre 18, 2024
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Sobre la guerra

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«¿Qué será de la humanidad, de la humildad, de la beneficencia, de la modestia, de la templanza, de la dulzura, de la sabiduría, de la piedad, y qué me importa, mientras que media libra de plomo disparada a más de seiscientos pasos me destroce el cuerpo y muera a los veinte años en medio de tormentos inexpresables entre cinco o seis mil moribundos, mientras que mis ojos, que se abren por última vez, ven la ciudad en que nací destruida a hierro y fuego, y que los últimos sonidos que oyen mis oídos son los gritos de las mujeres y de los niños expirando bajo las ruinas, y sólo por unos pretendidos intereses de un hombre que no conocemos?».

Valgan estas frases de Voltaire sobre la guerra para describir un sentimiento compartido por media Humanidad. La Segunda Guerra Mundial, la mayor matanza de la Historia, no ha servido de ejemplo y aún abundan las guerras -todas ellas, digan lo que digan, injustas-. Existen y existirán, y los inocentes seguirán pagando los platos rotos en unos conflictos de causas ignotas que suelen esconder oscuros intereses.

Voltaire escribió lo anterior en pleno siglo XVIII, cuando las guerras eran fruto de la voluntad de un solo hombre. El genial escritor francés, enemigo de la superstición y del Vaticano, creyente en un dios lejano, defensor a ultranza de la tolerancia, contradictorio hasta el extremo, hoy en día sería incapaz de entender que las guerras, lejos de defender «los pretendidos intereses de un hombre», responden a la voluntad de un conjunto de hombres que, elegidos democráticamente o no, deciden que hay que matar al «otro» por los más dispares y peregrinos motivos.

Nos encontramos de nuevo a Israel en guerra. De una manera desproporcionada. Pero imaginemos un supuesto: día tras días, hora tras hora, un niño de diez años viene y nos pega una bofetada; los primeros días nos aguantamos y esperamos que sus padres o alguien le pare los pies; pasan los días y nada ocurre; entonces un día nos enfadamos y devolvemos la bofetada al niño; pensamos que todo se acaba ahí; pero, ¿qué pasa si el niño vuelve una y otra vez a pegarnos sin importarle si nos defendemos?, ¿y si el niño se esconde detrás de sus hermanas de dos y tres años?

Evidentemente, estas preguntas son de difícil respuesta. Nadie en su sano juicio pegaría a niños, y este supuesto parece de difícil existencia. Sin embargo, en el mundo hemos entrado en una espiral de sinrazón que lleva a la realidad a cotas incomprensibles. Hamas, el niño, azuzado por su padre, Irán, pega bofetadas al vecino rival -¿un okupa?-, Israel, que se defiende atacando el bloque residencial, Gaza, donde vive ese niño junto a sus hermanas y muchos otros. Israel tiene tanques y los fundamentalistas islámicos no; para contrarrestar la superioridad enemiga y agigantar el victimismo, Hamas no duda en utilizar un macabro escudo de inocentes. ¿Qué hacer?

Kapuscinski escribió que uno de los principales peligros del siglo XXI iba a ser el fundamentalismo religioso. Soy de los que opinan que islam y cristianismo son incompatibles. En Occidente nos hemos liberado, casi del todo, del poder del dios de la religión organizada. Al islam le queda mucho para liberarse de Alá. En cuanto a Israel, es un Estado democrático pero confesional. Es el Estado judío, aún más incompatible con los musulmanes que los cristianos. Quizás podamos elaborar complejas teorías sobre que la convivencia pacífica es posible, pero la realidad siempre nos tapará la boca. Los conflictos en Próximo Oriente no terminarán nunca.

¿Por qué? Los pretendidos intereses a los que aludía Voltaire son en este caso tan confusos como numerosos. Además hay que añadir que muchos palestinos -el pueblo realmente azotado por la barbarie y por el egoísmo de todos sus vecinos, incluidos los de su misma religión- están dispuestos a inmolarse en nombre de su dios. La pobreza, suma, la ignorancia, enorme, y el odio, eterno, confluyen para añadir un «interés» más al conflicto de Oriente Medio.

En cualquier caso, con tamaña acumulación de motivos económicos, religiosos, históricos, territoriales, nacionalistas, racistas y fanáticos, es imposible dar respuesta o solución a lo que no las tiene. Pero, en ningún caso, si queremos considerarnos parte del mismo planeta, de la misma Humanidad, deberíamos seguir permitiendo que, en cualquier guerra, las principales víctimas sean los que no tienen culpa ninguna, los inocentes, los seres que tan sólo quieren vivir, en Palestina sobrevivir.

Sé que es consustancial a cualquier guerra el ser completamente demoledora. Pero el espectáculo de niños, mujeres, ancianos, jóvenes, seres humanos muriendo por vete a saber qué dios, qué moneda o qué mierda es realmente inconcebible. La idolatrada razón es incapaz de comprender el lado inhumano, diabólico, irracional del hombre. Pero ésa es la tiranía a la que estamos sometidos en este mundo informatizado donde las noticias, imágenes y catástrofes corren más que los sentimientos de compasión, piedad y humanidad. [email protected]

Daniel Martín

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