viernes, octubre 18, 2024
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La vergüenza de Barajas

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La gran vergüenza nacional del momento no es el caos en el aeropuerto de Barajas, que también, sino la irresponsabilidad de los responsables. Llevamos muchos años soportando estoicamente estas situaciones como si se tratara de un fenómeno de la naturaleza contra el que nada pudiéramos hacer. Las erupciones volcánicas, los terremotos y los tsunamis escapan de todo control. Las huelgas salvajes, solapadas o a cara descubierta, han conseguido ser vistas en España con igual fatalismo, aunque sean incompatibles con un Estado que en su Constitución se proclama Social y de Derecho.

Unas veces se recurre a la huelga de celo, aplicando rigurosamente unos reglamentos que no plantean problemas cuando no hay reivindicaciones de por medio. Otras se recurre a las bajas médicas oportunamente certificadas. Y no pasa nada. El asalariado, desde el auxiliar de más humilde cometido hasta los pilotos de renombradas líneas aéreas, muestra así su poderío, paralizando el tráfico en el aeropuerto u obligando a cancelar o retrasar vuelos al por mayor. El trabajo puntilloso y las ausencias por una sinrazón u otra son dos formas de coacción con una patada en el trasero del ciudadano convertido en rehén.

Se supone -es de temer que cada vez menos- que alguien debería impedir tales comportamientos, pero a ese nivel tampoco ocurre nada. O no hay ley a mano -la de huelga sigue pendiente, pese a estar prevista en el art. 28.2 de la Constitución- o falta voluntad para aplicar la vieja normativa de los tiempos de Franco. Las huelgas acaban cuando se logran todas las exigencias o buena parte de ellas, o cuando conviene hacer una pausa en espera de mejor ocasión. Es como si el Estado Social y Democrático de Derecho se hubiera quedado aquí en letra muerta, como si tuviera un agujero negro.

Los miles de ciudadanos atrapados estos días festivos en el aeropuerto de Barajas bien merecen que nos hagamos eco de sus tribulaciones, exijamos responsabilidades y nos neguemos a archivar la nueva escenificación del escándalo en la carpeta de lo irremediable. Son hombres, mujeres, ancianos y niños, madres con bebé a cuestas y enfermos con las medicinas en la maleta facturada, españoles y extranjeros, víctimas y testigos todos ellos de la desorganización tercermundista en un país de la Unión Europea, octava potencia económica de la Tierra, según dicen, y ya entradito el siglo XXI.

El espectáculo es también una burla a esa solidaridad que no se nos cae de la boca mientras quede en una palabra más del lenguaje políticamente correcto. Lástima que, de verdad, sólo suela usarse en el corporativismo con trastienda económica.

José Luis Manzanares

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