El presidente de Estados Unidos valora enormemente las palabras. Pocos dirigentes contemporáneos estadounidenses han concedido tal importancia a la utilización del vocablo o la imagen pertinentes en una alocución. De ahí que, hecho meritorio, se la haya comparado con Lincoln.
Obama, siendo un desconocido, alcanzó notoriedad nacional con su discurso en la Convención demócrata de hace cinco años. Su elegante y accesible oratoria impactó a la concurrencia. El discurso parece que había sido redactado por él mismo, pero sus prontas responsabilidades y el lanzamiento de la candidatura hacían inevitable que consiguiera un «negro» que plasmara sus ideas en los discursos.
Lo halló en un joven, entonces de 23 años, Jon Favreau, en el que el presidente ha encontrado un alma gemela idiomática. La mano de Favreau ha pesado en los discursos importantes de la campaña del ahora presidente, el de la raza en Filadelfia, el de jornadas triunfales, la de la elección en el parque Grant de Chicago, y el de noches tristes como la de la derrota en New Hampshire ante Hillary Clinton cuando había que galvanizar a los partidarios después de un batacazo.
Favreau, un chico prodigio, se niega a dar entrevistas aunque ha explicado que lo importante de un discurso «es que tenga una historia», las frases brillantes deben subordinarse a la historia, a que haya «un hilo de principio a fin». Ésa es la tesis de Obama, que, a diferencia de otros presidentes, se reúne prácticamente a diario con Favreau y sus colaboradores -el «negro» blanco tiene justamente su despacho debajo del presidente-, para exponer las ideas que quieren que le trasladen al texto e intercambiar impresiones.
David Axelrod, asesor de Obama, dice que Favreau tiene un sentido musical del lenguaje, que él lo llama Mozart porque es un joven genial y creativo, alguien que «no se preocupa sólo del significado de las palabras sino de su cadencia, de cómo suenan cuando se las pone juntas».
El superdotado escritor, pianista, por otra parte, se prendó de Obama en cuanto lo conoció. Había hecho discursos para Kerry y después de la derrota de éste pensaba probar suerte como guionista. Conoció a Obama en un almuerzo y le confesó a un amigo que ya no se iba de Washington porque «este tipo es el auténtico»
Inocencio Arias