Tiene gracia. Bueno, ninguna. España, su Gobierno, envió tropas a Kosovo. Para nada bueno. Para dar cobertura a separatistas que recuerdan un poco a los nuestros, al menos en la actitud, ya que no en lo procedimental. Una cosa era la Yugoslavia en pleno desplome y desintegración, de donde provino la guerra de los Balcanes, y otra muy distinta es el caso de España, donde la «feliz» Constitución de 1978, la llamada Constitución de todos, pasó a ser, lo estamos viendo, una peligrosa Constitución a la carta.
Ninguna gracia lo de Kosovo. El envío incongruente de tropas nos ha costado nueve muertos. Demasiado coste humano para alimentar ese activo tóxico que es la política exterior zapaterista. Serbia, sin Milosevic, tiene cabida cómoda en el abrazo diplomático español. Es potencia amiga. Es Europa democrática ya. Como nosotros, que somos muy democráticos y, por tanto, homólogos y hasta parientes en problemas, porque también aquí, sobre la piel de toro, nos espera algún que otro Kosovo si la situación se enreda lo suficiente.
Esto significa que el anuncio de retirada de la presencia militar española bajo la bandera de la OTAN tiene que haber satisfecho a Belgrado. Kosovo, la provincia serbia usurpada por la presión demográfica albanesa con ayuda de la operación de demolición de Yugoslavia a cargo de USA y de la civilizada UE, más el Vaticano, ya no tiene cómplices españoles. Los ha tenido, los tiene en última fase, pero va a dejar de tenerlos.
El adiós anunciado por el zapaterismo, a cambio de gritarle a Afganistán «allá voy», ha sido pronunciado por la ministra de Defensa Carme Chacón. No Carmen, sino Carme, la catalana, la que un día manifestó que «Rubianes somos todos», tal vez la que en un futuro no demasiado imaginario traduzca a términos territoriales lo que Rubianes, ya fallecido el pobre, dijo un día sobre España, «la puta España» según sus propias palabras. Pero claro, la señora Chacón, vestida con uniforme militar de campaña, seguramente ha dejado de identificarse con Rubianes. Ahora sería capaz de hacer algún ejercicio de patriotismo español, siempre con un tono de voz algo apagado, es verdad, a la hora de ordenar: «soldados, gritad, viva España».
A Obama no le ha gustado el adiós español a Kosovo, que tanto recuerda, a los escasos norteamericanos conocedores de la geografía europea, aquel gesto zapateril que determinó en la etapa final de Bush la evacuación de Iraq por parte del contingente que allí nos representaba. Es obligado que ZP se vea en la necesidad de esforzarse para conquistar el afecto político del aliado estadounidense. Toda una incógnita. Ahora que el calendario diplomático anuncia encuentros entre dirigentes occidentales, al inquilino de la Moncloa se le ofrece la oportunidad de cosechar simpatías. Necesita, eso sí, prodigar gestos colaborantes que le vayan alejando de sentimentalismos chavistas y castristas, que le vayan acercando a un cierto aznarismo capaz de convertir a Obama en el nuevo Bush del periodo zapaterista, si es que Bush admite imitaciones.
La retirada de Kosovo supone el final de una contradicción. Zapatero, buen comerciante de votos, acabará probablemente sacándole alguna renta a la estratagema de hacer olvidar que soldados españoles tuvieron que proteger el separatismo de una región balcánica. Habrá en tal caso entre nosotros sensibilidades agradecidas, alarmados ciudadanos pendientes de Euskadi, Cataluña y otras comunidades confederalizantes. Por otra parte, nuestro presidente, el hombre de la sonrisa crecientemente enlatada tiene algo que recuperar para su caudal de simpatías internacionales cuando Afganistán, cada día más peligroso, pregone al mundo occidental, y sobre todo a Washington, la importancia de su espíritu solidario. El de Zapatero, por supuesto.
Lorenzo Contreras