El programa para Afganistán y Pakistán del presidente Obama es algo más que sólo un programa militar. Incluye en su eje una prioridad para su política exterior y define la destrucción de Al Qaeda como objetivo situado entre el corto y el medio plazo.
Pero lo realmente notable es la movilización de los espacios políticos más relevantes de Asia para llevar a efecto tal empeño. Si destacable es la adhesión de Rusia y China, como Estados con un interés preferente contra el terrorismo, por padecerlo también dentro de sus fronteras, resulta significativo la participación de Irán en una misma conferencia internacional «ad hoc» y el amplio escenario del Islam en Asia, desde los Estados árabes del Golfo hasta las repúblicas centro-asiáticas. Cabría hablar, en este sentido de cooperación prácticamente ilimitada de todos esos Gobiernos, de una acción continental de todo el Oriente como endoso de la propia movilización de la OTAN contra el mundo de Ben Laden y el de sus aliados.
Especial mención merecen los aliados de Al Qaeda localizados en Pakistán. Desde los reductos montañosos, las tribus que los habitan prestan servicios impagables -alentadas por los pagos en heroína-, hasta los propios servicios secretos paquistaníes, donde no se sabe quien es quien colabora con quien.
Una movilización política de estas características aporta una cobertura de fondo -que hubiera sido impensable hace un año- a la nueva estrategia de la OTAN en Afganistán y Pakistán, cuyos componentes más destacables podrían ser los 5.000 instructores para el Ejército afgano y los cientos de monitores que se van a desplegar en el país para la implantación de nuevos cultivos que sustituyan las plantaciones de amapolas para obtener el opio y sus derivados, con los que se financia el terrorismo de Al Qaeda, de semejante manera a como lo hace la guerrilla colombiana de las FARC con la cocaína.
Singular interés ofrece la presencia de Irán en ese foro internacional contra el terrorismo, puesto que allí se encontrará con la mismísima representación norteamericana. El hallazgo de un interés en común como este del terrorismo, al que la anterior Administración republicana identificaba como parte de las estrategias iraníes, pudiera ser un signo de muy singular valor para identificar los nuevos tiempos que parecen abrirse, en la política internacional, con la presidencia de Obama.
Pero el hueso más duro de roer para la OTAN, en su nueva estrategia, es, como digo, la cuestión de Pakistán, puesto que sin éste no habrían resucitado los talibanes. La porosidad de sus fronteras hace imbatible en la práctica a esa guerrilla islamista, al igual que ocurre con la guerrilla colombiana de las FARC, instaladas en campamentos fuera de la frontera de su país.
Frente a este tipo de fenómenos, en Afganistán como en Colombia, con la OTAN y con quien sea, sólo se consiguen logros significativos por concertación internacional y por medio del sellado de las fronteras. Eso es una evidencia histórica. La última prueba de ello fue el caso de Angola ante la endémica guerrilla del movimiento UNITA de Jonás Savimbi. Cuando en el Congo cayó Mobutu, su aliado, se acabó lo que se daba.
José Javaloyes