viernes, septiembre 20, 2024
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Vestíamos de marinero

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«Don’t forget you are an Agnelli» (No olvides que eres una Agnelli). Era la advertencia que la voz autoritaria de la institutriz inglesa Miss Parker imponía para recordar que había sido llamada allí con el deber de dictar los principios de una educación de rígidas reglas, fundamentales como previsión de un futuro plagado de obligaciones.

Eran otros tiempos, era otro mundo que desapareció, para siempre, despuès de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.

«Vestivamo alla marinara» («Vestiamos de marinero», más de 250.000 ejemplares vendidos, premios literarios, un bestseller en Italia y en el extranjero), es el título del libro cuya autora, Susanna Agnelli, que ha muerto ayer tarde en una clínica romana, el Hospital Gemelli, a los 87 años de edad, que tengo ahora entre mis manos y que, ante la noticia de la desaparición de Suni, como era conocida entre sus íntimos, -yo nunca me atreví a llamarla de este modo-, me invade una gran nostalgia, pues recuerdo, lo puedo ver en la primera página, de cuando me escribió, en español, con su perfecta caligrafía de educanda de un college británico, una dedicatoria, en un mes de mayo de hace treinta y tres años, durante la campaña electoral de 1976 en que se presentaba como candidata por el Partido Republicano, para ocupar un puesto en la Cámara de Diputados, saliendo elegida, que es cuando yo la conocí.

«Vestíamos siempre de marinero; azul marino en invierno, blanco y azul en primavera y blanco durante el verano. Para comer todos nos vestíamos elegantemente y yo y mis hermanas nos poníamos las medias cortas de seda. Mi hermano Gianni se ponía un elegante traje de marinero…». Yo, entonces, la recordé que, sólo algunos años más tarde, los niños españoles que recibíamos la enseñanaza de las primeras letras en colegios religiosos para «clases pudientes», allá por el 1939, que es cuando a mi me tocó, también vestíamos de marinero, aunque sólo fuera en fechas muy señaladas, principalmente con la solemne ocasión de nuestra Primera Comunión.

Poseía una preciosa casa a la entrada de Porto Santo Stefano, en ese espléndido rincón del Mediterráneo toscano, llamado Monte Argentario, de donde Susanna Agnelli fuera alcalde durante diez años, desde 1974 al 1984; una casa orillada por el mar cuyas aguas bañaban una playa privada, mientras de entre mil gamas de verdores se sentía el olor penetrante del romero, de la salvia y de otras tantas plantas y arbustos salvajes que crecían en su jardín, desde donde se podían avistar, a pocas millas marinas de distancia, la isla del Giglio y aquella otra de Montecristo, de mítico recuerdo literario.

Más de una vez, mi mujer y yo, fuimos invitados por Susanna Agnelli, perfecta anfitriona, que preparaba exquisitos arroces y frutos de mar, recién pescados -supongo que guisados por algún excelente chef o cocinera a su servicio-, rodeada de alguno de sus hijos, tuvo seis de su matrimonio con Urbano Rattazzi, con quien se casó en 1945 y del que divorciaría en 1975, nueras, yernos y una retahíla de nietos.

Después, también muchas veces, he pasado por delante de esa casa, siempre para ir hasta lo alto del Monte Argentario, donde desde hace unos cuantos años, pasamos los días de la Pascua Florida, en casa de unos amigos. La última vez ha sido, precisamente, el pasado 10 de abril y, también siempre, nos acordamos de Susanna Agnelli y de sus arroces y de su gentileza de gran señora perteneciente a otro mundo y de su simpatía y extrema sencillez, como corresponde a las gentes que la aristocracia, aún sin títulos nobiliarios que acrediten su ascendencia, la llevan dentro, en su espíritu.

Hacía mucho que no la veía y que no tomaba un té o una copa en su casa romana, el ático del Palazzo Colonna, de frente, pero más alto, del Palacio del Quirinal, antigua residencia veraniega de los papas y hoy sede de la Presidencia de la República italiana. En las otras dos plantas del palacio, tenían su ocasional pied-à-terre, Gianni, el gran patrón de la FIAT, en la primera planta y su otro hermano, Umberto, en la segunda. En el curso de estos treinta y tres últimos años ese fue el lugar preferido, desde el punto más alto de una de las siete colinas de Roma, donde me recibía para hacerle una entrevista, de las muchas que le hiciera, sobre todo para la TVE, o, simplemente para charlar un rato de los avatares de la política italiana. Y siempre hablando en un correctísimo español, teñido de un deje sudamericano, secuela de los varios años que vivió en Argentina, hasta su regreso definitivo a Italia en los años sesenta.

La recuerdo con su cabellera gris, prácticamente sin maquillaje alguno, de ojos claros y penetrante mirada que no podía ocultar el atisbo de una cierta ironía, sea cuando te hablaba que cuando te escuchaba, Tenía un gran parecido físico con su hermano Gianni al que admiraba y, frecuentemente, pedía consejos, mientras que éste sentía un grandísimo cariño por ella.

Aparte su su actividad y dedicación políca, que fue muy grande y ajetreada, alcaldesa, diputada (1976-1983), senadora (1983-1987), subsecretaria del Ministerio de Asuntos Exteriores (1983-1991), Ministra de Asuntos Exteriores (1995-1996), único miembro italiano, durante los años 80, de la Comisión mundial para elambiente y el desarrollo, Presidenta del WWF, Presidenta de El faro, fundación creada por ella para la enseñanaza de un oficio a jóvenes italianos o extranjeros «en dificultad», enfermera de la Cruz Roja en los frentes de la Segunda Guerra Mundial…

Era consciente de su pertenencia a la familia más importante y rica de Italia, los Agnelli, mucho más poderosa, influyente y respetada en el mundo entero que la real de los Saboya. Patrona de la FIAT, el máximo símbolo del capitalismo italiano. El pueblo que, en los años del fascismo, se acerca a un principio del Estado del bienestar con el Topolino. El pueblo que después del desastre y derrota de Italia en la Segunda Guerra Mundial, vuelve a levantar cabeza y a viajar en el Quinientos y a pasar las vacaciones en la playa al volante un Seiscientos y una media burguesía que se siente o cree importante a bordo de un 1.100R.

Los años de Vestíamos de marinero fueron también años de grandes desigualdades sociales, como, por otra parte, en el resto de Europa. Había quien calzaba medias de seda y quien no tenía ni unos zuecos con que cubrir sus pies descalzos. Como la España de la alpargata de los años treinta, hasta las vísperas de la Guerra Civil, poco más o menos.

La FIAT fue el símbolo, por excelencia, del boom económico italiano, a partir de la mitad de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Y ahora, en el XXI , en plena crisis y recesión económica mundial, la FIAT se vuelve a presentar como símbolo paradigmático de la gran industria italiana que, rompiendo barreras internacionales, está a punto de concluir beneficiosos acuerdos, con papel de protagonista, con dos de entre los más grandes colosos de la industria automovilística mundial, la Crhysler americana y la Opel alemana y, posiblmente con la BMW.

Todavía, en los últimos días de su brillante y empeñada vida pública, habrá tenido tiempo de ver a su querida FIAT en vías a la conquista de un mundo nuevo. El orgullo de vestir a la marinera y de no olvidar las severas advertencias de Miss Parker: «Don’t forget you are an Agnelli».

Javier Pérez Pellón

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