por la manera de comprender algunas de las cosas que escucha o lee, dichas o escritas o transcritas por las personas cuyo quehacer, cuna, éxito o suerte, son reclamadas en el ágora público que reproduce sus opiniones por los medios al alcance.
Es obvia la distinción que se produce en el ánimo del hombre cuando se conduce o pronuncia desde lo íntimo, es decir, cuando comunica desde su psique. Esa comunicación más confesada que enunciada suele estar llena de sentimiento y reflexión, palabras escurridas desde el ánimo, bañadas de soledad e introspección y que procazmente se dejan resbalar por la pendiente del lenguaje hasta acercarse al otro. Cuando el hombre revela lo que siente sigue hablando consigo mismo.
A veces, al contrario, el hombre se inhibe al máximo posible de su yo íntimo y, consciente de su socialidad, intenta parecerse a quien se supone que es entre los demás, aproximándose así a la exposición conveniente, esperada. Con ello, ese hombre se parece, o mejor dicho, quisiera parecerse, más a los demás que a sí mismo. Es un ejercicio psicosocial bastante usado en las sociedades hipercomunicadas, donde las cosas que se piensan se saben rápida y contundentemente aireadas en los medios globales de comunicación. Los hombres se enteran con inusitada inmediatez del conveniente criterio, la oportuna conducta, el admitido pensamiento. Eso favorece a los intereses de los grupos interesados en influenciar a la sociedad civil que, precisamente, por esa comunicación global tiende de mejor manera al apoyo de partidos políticos mayoritarios e ideologías ligth.
Lo peor de todo es cuando el opinante se enreda entre las dos opciones. No es fácil dejar de decir lo que se piensa para ser políticamente conveniente. Inhibirse de lo propio en favor de lo que desde lo ajeno se nos premia es un ejercicio no sólo de cinismo e hipocresía, es además, un acto donde la conducta se desamarra de la opinión propia buscando la praxis que nos dé beneficios buscados. Cuando el hombre, por tanto, se ve en la encrucijada de decir lo que piensa en medio de decir lo que debe, se encuentra en una situación de talante neurótico y peligrosa y la mayor parte de las veces se ve dentro de un bucle jeglorífico en el que la búsqueda de la salida se confunde con el hallazgo de la cuadratura del círculo. La mayor parte de las veces, lo que sucede es que el ciudadano se pierde en volutas de términos a veces incluso contradictorios que no consiguen aclararle ni aclararse, cuando menos, aclararlo. Desbarra.
El circunloquio es así una perversión entre lógica y didáctica, y cuando queda dicho, se vislumbra tras él un vacío inexpresivo e impotente que nos deja impávidos. En realidad, queda descrita la incapacidad de decir. Netanyahu, primer ministro israelí, dice que los palestinos deben llegar a gobernarse por sí mismos. ¿En dónde? ¿En su propio país o en Israel? No me extraña que a Obama se le quedara la cara que se le quedó. Suele pasar, como no se ha dicho ni lo que se piensa ni lo que se quiere decir, la réplica se queda flotando inútil y banalmente como un enorme esfuerzo baldío.
Patxi Andión