sábado, noviembre 23, 2024
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TDT

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Aunque signifique Televisión Digital Terrestre, en su versión española TDT es más bien una variedad del DDT. De manera análoga al insecticida que, aunque mata bichos, es tóxico para el ser humano, la TDT es mala para la salud mental. Debería hacerse un estudio sobre cuántas neuronas mueren cada vez que encendemos el televisor, cada minuto que pasamos frente a él.

Uno pensaba que con más de 30 canales habría algo que ver cada noche. No es así. Actualmente, ya a final de temporada, cuando las pocas buenas series –Life,House,Bones,La hora once y El mentalista- van desapareciendo, poco o nada es mínimamente aceptable. Algunos capítulos de Aída se salvan. El hormiguero, que al principio entretenía, se ha vuelto de un rutinario insoportable. Entre las generalistas sólo hay un programa de auténtica calidad y que, por tanto, se emite a horas intempestivas: Buenafuente, al que sólo hay que achacarle que nos ahogue con tanta presencia de sus «segundos» y ahumorísticos Berto y «El follonero».

Por otro lado, ver los grandes canales resulta agotador porque, a pesar de la ley -injusta de por sí, sistemáticamente ignorada como casi todas en este país anárquico de facto-, las larguísimas pausas publicitarias no dejan de interrumpir la programación. Tanto que a veces uno no sabe si esta viendo un capítulo de una serie o una sucesión eterna y punitiva de anuncios que, por lo demás, son groseros, zafios y amorales. Hay uno, de Fanta, donde un chaval comete todo tipo de atropellos para llevar una vida hedonista -se apunta a una ONG sólo para viajar-. Causa o efecto de beber el refresco, no lo sé.

Los grandes canales, series aparte, se divierten haciendo de la vida un lugar infecto y poco realista. La información, definitivamente, ha muerto para dejar paso a sucesos y deportes, sobre todo si el asunto tiene poco o nada que ver con la competición. Tiene más importancia el color de la ropa interior de Cristiano Ronaldo que lo esencialmente deportivo. Más allá están esos programas que comentan todas las bajezas que suceden a nuestro alrededor. Que Belén Esteban se haya convertido en la gran diva de nuestro país es claramente revelador. Y todo revestido de un uso lamentable y miserable del castellano, como si el jefe de la TDT fuera Carod Rovira.

En cuanto al resto de los canales de la TDT, también ofrecen una programación «basura» donde nada tiene verdadero interés o todo resulta más o menos previsible. Sólo algunas tertulias de algunos canales donde se analiza frontalmente la realidad española se salvan de una programación que por lo general huye de cualquier mínimo de calidad. Disney Channel, Clan TVE o Antena Neox emiten unas series pedorras que aburren a mayores y maleducan a jóvenes. FDF echa series de cuando Emilio Aragón se llamaba Milikito. Y la mayoría de los filmes programados son de una calidad indigna incluso para el cine español.

La situación es ciertamente patética. El otro día me desperté de la siesta con Telecinco en pantalla. Echaban un programa que se llama Sálvame. Jorge Javier Vázquez, ese ilustre pensador amante del respeto mutuo, insultaba con ironía a Yola Berrocal pidiéndole que no hablase más asegurándole que iba a volver otro día al engendro televisivo. Por el escote, claro, ya que su seno apareció, en vivo y en directo, en la versión nocturna del programa. A eso se limita el atractivo de muchos de los programas que atormentan nuestra existencia: un par de tetas.

Así, la TDT no parece suponer ningún avance en la calidad de la programación televisiva española. Las buenas películas y los documentales interesantes se siguen echando en el canal digital, y las tertulias que tratan la pura realidad son coto privado de unos cuantos canales pequeños, aunque con gran proyección. Eso no parece suficiente para evitar que nuestra TDT siga produciendo efectos nocivos en nuestra salud mental. Como un insecticida de la inteligencia, nuestra tele prolonga las miserias y el empobrecimiento humano de nuestros sistemas educativo y democrático, si es que acaso se merecen ese nombre. [email protected]

Daniel Martín

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