El comisario Joaquín Almunia ha acreditado solvencia en sus análisis sobre la situación económica y el desempeño de su tarea como encargado de la materia en el colegio comunitario. Lleva tiempo, además, alejado de la dinámica partidista y por eso su diagnóstico mesuradamente optimista -ayer, en Madrid- merece ser tenido en cuenta.
Su disección del momento presente fue poco más allá de considerar que las economías han dejado de evolucionar en caída libre, pero se distanció de tanto pronóstico como se viene basando en supuestos síntomas de que la recuperación está a punto de aparecer. Sería, por tanto, inexacto sumar sus apreciaciones a la ola de optimismo que parece estar prendiendo, entre otros, en el Gobierno español. Entre otras cosas, por el matiz nada desdeñable de supeditar el retorno al ciclo alcista a la consecución de notables reformas, tanto en España como en el resto de Europa, que Almunia defiende y el presidente Rodríguez Zapatero tampoco da síntomas de compartir.
Sin duda corren tiempos poco propicios para el pronóstico: los errores de previsión han afectado a la mayoría, a unos más a otros menos, incluidos los organismos internacionales teóricamente más reputados. A eso se suelen anclar los medios gubernamentales para intentar restar crédito a la consideración casi unánime de que la economía española alcanzará la recuperación -con suerte- entre uno y dos años más tarde que el conjunto de la eurozona, que a su vez lo hará con apreciable retraso respecto a Estados Unidos.
En todo caso, lo que parece extenderse por todas partes es la convicción de que ha pasado lo peor. Algo que, aunque con relevantes matices, está restando profusión y relativo crédito a quienes apostaban y siguen apostando porque ésta no es una simple crisis de ciclo, sino el anticipo de un cambio de modelo, tras lo que casi nada volvería a poder ser igual.
Referir el componente psicológico de la economía -igual que la política- es poco más que una obviedad. Igual que es comprensible el hartazgo de dar y recibir malas noticias y cómo pueda influir en el ánimo de buscar la parte medio llena del vaso, aunque el agua quede lejos de la mitad. De ahí que ni siquiera haga falta presumir ningún acuerdo para que la mayoría de gobernantes esté acelerando el mensaje optimista y esperanzado; puede surgir de forma espontánea, por simple necesidad anímica. Pero, ¿hasta qué punto es suficiente? ¿En qué medida es real?
Tenga o no que ver con ello, se está generalizando también la autoproclamada valoración positiva de las medidas que han ido adoptando los respectivos gobiernos. Resulta llamativo por varias razones, comenzando porque no todos ni en todas partes han aplicado las mismas recetas. Todavía más, si se contrasta con lo que dominaba hace apenas diez meses: entonces, la creencia más extendida consideraba tan urgente como imprescindible introducir reformas de fuerte calado, sobre todo en el sistema financiero mundial. Sin embargo, las pocas acometidas han sido tardías, tímidas y en gran medida continuistas, lejos de la refundación del capitalismo que más de uno llegó a patrocinar. Cabe incluso preguntarse si era lo único necesitado de reformar.
Haber estado al borde del desastre y haberlo evitado puede estar gestando el espejismo de que el modelo sigue valiendo y conviene ceder a la tentación agustiniana de no introducir cambios en momentos difíciles. Demasiados dan la sensación de estar abonados a ella. Almunia, en cambio, volvió a dejar claro ayer que él, no.
Enrique Badía