Pregonar que en las elecciones iraníes ha habido pucherazo puede que sea utilizado por el régimen de Teherán para explicar a su opinión que hagan lo que hagan Occidente siempre estará en contra de la revolución islámica. Es difícil, con todo, no percatarse de que las irregularidades no son nimiedades: escasez de papeletas en zonas en que el candidato de la oposición era claro favorito, triunfo tajante del candidato presidencial cuando la masiva participación parecía favorecer a su oponente, victoria de Ahmadineyad en la propia provincia de su rival Musavi, donde éste era cantado favorito, interceptación de las emisiones de la BBC, expulsión de periodistas extranjeros, anuncio de los resultados a las dos horas del cierre de las urnas cuando el recuento manual exigiría más tiempo, etc.
Puras o decididamente manchadas, como recoge mucha prensa occidental que ha seguido febrilmente los comicios, las elecciones dejan dos posos:
a) Interiormente, una parte nada despreciable de la población iraní se siente estafada. Los jóvenes, la gente con estudios, el clero moderado, los comerciantes… estaban convencidos en la noche del viernes de que su candidato había ganado las elecciones. Se despertaron con la noticia de que las había perdido en todas las provincias excepto en Teherán. Que Ahmadineyad apareciera con el 63% de los votos es para ellos una burla. Que el líder supremo Jameini saludara jubiloso el evento ha sido un mazazo. Muchos iraníes se han desencantado definitivamente con el régimen.
b) En el exterior hay perplejidad. El vicepresidente norteamericano Biden ha indicado que existen todas las dudas sobre el resultado pero ha insinuado que poco se puede hacer. El desenlace dificulta, en principio, cualquier tipo de aproximación de Obama a Irán. En su entrevista con Netanyahu, el presidente estadounidense había tenido que conceder, mientras presionaba a su interlocutor en el tema palestino, que el tiempo que se ha de conceder a Irán para que cumpliera lo que se le pide en el tema nuclear no podía ser ilimitado. La secretaria de Estado Clinton había convencido al Congreso para que no introdujera medidas que prohibieran la venta de gasolina a Irán. Quería mostrar una cara conciliadora. Ahora Obama verá que él es el presionado, por los poderosos simpatizantes de Israel en Estados Unidos, para que establezca un plazo perentorio a la nación persa. Los halcones americanos han indicado que la reelección de Ahmadineyad, aun siendo una mala noticia, clarificaba la atmósfera. El triunfo de Musavi, bueno en muchos aspectos, introduciría una cierta confusión dado que, incluso siendo moderado, difícilmente renunciaría al programa nuclear.
Que Irán, con el régimen actual, tendrá la bomba en unos pocos años es algo que empieza a ser silenciosamente aceptado en Estados Unidos. Otra cosa es si lo es en Tel Aviv.
Mientras Obama comienza a ver las «pruebas» exteriores que anunció Biden en la campaña. Un Ahmadineyad preocupante, un aliado Netanyahu intransigente y una Corea del Norte enseñando fieramente los dientes indicando que una posible conflagración nuclear sería «la mayor de la historia».
Inocencio Arias