Ahora va a resultar que el régimen comunista chino comparte pasado con occidentales en general, y estadounidenses en particular, en mucho de lo que fue el aliento que todos dieron a los musulmanes contra la ocupación soviética de Afganistán. Es lo que parece resultar de las acusaciones oficiales de Pekín sobre la supuesta participación de Al Qaeda en los graves disturbios habidos en Urumqi, capital de Xinjiang, la región del sudeste China, en el sentido de que habrían sido musulmanes chinos también, de la etnia turcomana Uigur, los instruidos y participantes en la resistencia. O sea, gentes y agentes antisoviéticos como los norteafricanos que hasta allí marcharon y que luego volvieron a sus países, Argelia por ejemplo, con el sobrenombre de «los afganos».
Después vino el cambio de viento en el caletre de aquellos combatientes, a partir del cabreo monumental de Ben Laden y su grupo, en el momento en que Estados Unidos estableció bases militares en Arabia, posteriormente a la caída de la monarquía del sah, que invirtió el equilibrio militar en el Golfo Pérsico y todo el Índico Noroccidental. Pues bien, esa virazón de los amigos de «Rambo» sólo se había proyectado hasta el presente con los atentados contra los intereses norteamericanos, primero en las voladuras de las embajadas en Kenia y Tanzania, y después con los mega- atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, el 11 de Septiembre de 2001.
Ahora, por lo que se ve, según versiones oficiales chinas, les ha llegado el turno a ellos, de los que se desconocía hasta el presente, al menos para mí, su condición de participantes o inductores de una guerra contra la URSS, con la que en aquellos momentos no estaban los chinos, precisamente, a partir peras. Quizá, entre otras razones, porque de haber consolidado los soviéticos su implantación estratégica en Afganistán, habría tenido ello proyecciones contra sus intereses petroleros en el sur de Asia; intereses de muy primera importancia por el dramático nivel de dependencia energética que tiene la segunda economía del mundo.
Pues bien, resulta ahora que a China, de ser las cosas tal como dicen en Pekín, toda la desestabilización de sus turcomanos, agitándolos desde su fe islámica, respondería desde tiempos recientes a la larga mano de Ben Laden en el amplio universo musulmán. Pero ¿por qué en este tiempo y no antes? Cabe pensar, a primera vista, que como represalia a la actual presión norteamericana contra los talibanes en Afganistán y en un Pakistán que, de siempre, tuvo mejor relación con los comunistas de China que con los comunistas soviéticos.
A propósito de todo esto, hay que resaltar la enorme importancia que el régimen chino otorga a los sucesos en la ciudad de Urumqi -hasta el punto de que Hu Jintao abandonara la cumbre del G-8- reclamando la condición de «asunto interno» en el momento en que el Gobierno islamista de Turquía había planteado que Naciones Unidas entendiera en el asunto de los turcomanos de Xinjiang, y tildando de «conspiración separatista» la causa de la revuelta. Habrá que volver muchas veces sobre este capítulo de un supuesto separatismo islámico en el sudeste chino. Algo potencialmente susceptible de ser parangonado a todos los efectos, por las autoridades de Pekín, como otro Tíbet, merecedor de las correspondientes represiones.
José Javaloyes