Sólo el ruido de la catástrofe económica es parangonable con la vergüenza ajena que generan las actuaciones en política exterior de este Gobierno sin precedentes en la Historia Contemporánea de nuestra patria, hecha la salvedad de un tal González en la presidencia del Consejo durante la regencia del general Espartero. Ocurre que, de una parte, el presidente del Gobierno, en declaraciones al New York Times, capaces de pasar a la crónica universal de la obsecuencia política, convierte en causa propia la Guerra de Afganistán, al anunciar un posible aumento de la participación militar en ella; pero no por razones intrínsecas ni por los valores que con ello se defienden, sino por más ayudar al presidente Obama…, como si el César fuera el primer menesteroso de la Tierra. Lo elogia por su capacidad para la comprensión y gestión de los muy complejos asuntos de la política internacional. ¡Si lo sabrá él, Faro de la Moncloa que toda la noche ilumina y todos los horizontes barre con sus haces de luz y entendimiento!
Pero no acaba ahí, en el hacer suya la Guerra de Afganistán, puesto que la de Iraq fue cosa del aborrecible Bush, que sólo le dedicó dos palabras, aquel «hola, amigo» de después de la gloriosa espantada, de la que el inefable Bono (entonces titular de Defensa) quiso sacar medalla. Ha bordado Rodríguez el pasmo del mundo occidental con su política iberoamericana, capaz de asombrar a amigos y aliados, y de dejar boquiabierto al público en general con su apoyo a la deglución revolucionaria de Honduras por parte del chavismo castro-venezolano. Tan bien lo ha hecho que ha obtenido a cambio sendos contratos para tres multinacionales españolas, una de ellas, Repsol -componente central del torso energético del catalanismo-, previamente perjudicada por la causa chavista en la propia Venezuela y en Bolivia.
Y así, de hito en hito, el glorioso despliegue de la fructífera diplomacia moratina del presidente Rodríguez no sólo cosecha bienes sin cuento para los intereses de España, sino que también permite que florezcan iniciativas de paz en el conflicto hondureño, como esa ocurrencia del golpista abortado en Tegucigalpa de formar, con nicaragüenses y connacionales propios, un «Ejército Popular Pacífico». Una suerte de brigadas internacionales de cercanías, que opere, adosado a la frontera hondureña, como una onegé sólo ligeramente pertrechada, para la defensa de los intereses socialistas en el escenario centroamericano; que es el espacio reservado por Chávez para su propio proyecto populista y neocastrista, del que se siente solidario y cooperante el presidente Rodríguez.
Más cerca de España en lo geográfico y en lo energético que las «oportunidades» provisionalmente deparadas por Hugo Chávez, en pago a los apoyos diplomáticos recibidos en la cuestión de Honduras, y cerca también del territorio marroquí, los «afganos» argelinos de «Al Qaeda para el Magreb Islámico» mataban ayer a 14 soldados argelinos en el curso de una emboscada, de semejante modo a como meses atrás, y conforme características que denotan una evolución notoria de la operativa terrorista en Argelia. El dato es preocupante, en tanto que, sobre el papel, el occidente argelino tiene importancia crítica para el paso del gas desde España hacia el sur y el centro de la Unión Europea. Así las cosas, la guerra al terrorismo en Afganistán -base física de Al Qaeda- es algo ligeramente más importante que el amor de Rodríguez por Obama.
José Javaloyes