Es tiempo de grandes pruebas de poder para el castrismo en su doble versión: la isleña y la hemisférica. Es la menos importante quizá, esta segunda, escenificada durante semanas en Honduras, puesto que la chequera chavista sigue comprando adhesiones, unas al por mayor, con la adjudicación de grandes contratos a cambio de operaciones diplomáticas, y otras compras al por menor, como en el manifiesto show del ensombrerado Zelaya: a tantos dólares el manifestante -al igual que hace la fórmula en el caso de Bolivia, que cuando tocan elecciones los autobuses de Evo Morales se traen a quechuas y aymaras, en fraternidad indigenista, de sus lugares de trabajo en Argentina y Chile-; lo mismo que con los adheridos al «Ejército», mixto de hondureños y «nicas», adosado a la parte exterior de la frontera nicaragüense, con fusiles que prometen olvidarse de las balas, para disparar ruiseñores, margaritas y amapolas.
El poco fundamento ideológico y personal del populismo instalado en Venezuela, posiblemente esté disuadiendo de toda esperanza, a los dirigentes de La Habana, de que las esporas esparcidas por el castrismo en América del Sur sean capaces de prender de forma estable cuando la dictadura de los hermanos Castro implosione como estrella vieja, de ciclo más que cumplido, y forme un agujero negro que abra caminos a las libertades sociales y políticas del pueblo cubano.
Sugiere estas y otras muchas consideraciones lo declarado por Raúl Castro, desde su desempeño de la Jefatura del Estado, sobre el aplazamiento indefinido del ya varias veces aplazado VI Congreso del Partido Comunista Cubano, que se debió celebrar hace siete años, en el 2002. El anuncio ha venido rodeado de menos circunloquios que los habituales y propios de las escolásticas totalitarias. Y, más aun que eso, ha traído el adorno de una reflexión sobre la «ley de vida» como imperativo central y determinante en este género de situaciones históricas, propias del declive biológico del dictador y de la propia vieja guardia del sistema.
Si las fantocherías chavistas no son manantial de consuelos para la dictadura castrista en su más que avanzado ocaso histórico, tampoco de puertas adentro las cosas pintan mejor para ésta tras de la reciente y profunda crisis en la que fueron barridos el titular de la cartera de Asuntos Exteriores, Pérez Roque, tan relevante para el régimen, y Alarcón, el presidente del Parlamento.
Ambos, de diferenciadas edades, pero mucho menos distantes entre sí, cronológicamente, que entre ellos mismos y la generación que construyó el sistema nacional-comunista y deconstruyó las libertades sociales de los cubanos. Sobre el momento histórico y sistémico de la sucesión en el poder político isleño convergen, en términos críticos, los rigores de la crisis económica mundial sobre una nación depauperada, y un conflicto de generaciones que el régimen ocultó cuando la cúpula tenía todos los resortes en la mano. ¿Cómo y para qué, en estas condiciones históricas tan críticas desde todos los puntos de vista, iba a celebrarse el VI Congreso del PCC? Pude ver el primero de todos. Más no creo que veamos éste. Tocan confabulaciones.
José Javaloyes