Empieza a extenderse cierta resignación ante la evidencia de que la economía española se va a recuperar más tarde que el resto, con abundancia de vaticinios sobre la duración de ese desfase y las consecuencias que va a comportar. Se ha llegado incluso a sugerir por más de uno la posibilidad de que acabe excluida del euro, debido al galopante descuadre de las cuentas públicas y el aumento geométrico de la deuda en circulación. Probablemente es una exageración, entre otras razones porque ni siquiera existe un procedimiento previsto para semejante eventualidad, pero no evita que hasta un diario importante haya llegado a sugerirlo entre líneas en su comentario editorial de ayer.
Lo que sí está empezando a germinar es la convicción de que tarde o temprano la multiplicación de deuda pública acabará produciendo un repunte apreciable de los tipos de interés. Parece casi ofensivo decirlo cuando el euribor discurre en los niveles más bajos de su historia, aliviando de forma sensible las finanzas de una parte relevante de la población, endeudada como está por haber suscrito una hipoteca muchas veces al límite de sus capacidades de provisión. Pero la dicha de la situación presente no va acompañada de fe en el más o menos inmediato porvenir. Prueba de ello es que está comenzando a tener cierta aceptación la oferta de seguros sobre tipos de interés para esa clase de préstamos que bancos y cajas están ofertando en sus redes de oficinas; un aseguramiento que ahora mismo ronda niveles del 4,5 por ciento.
Otros efectos, tan probables como temidos, podrán ser una elevación de la prima de riesgo aplicada a la economía española -el euro protege, pero no tanto- y el más que probable drenaje de recursos a disposición del sector privado, conocida la secular propensión de las entidades financieras a prestar al Estado antes que al particular.
Existe, sin duda, creciente preocupación en muchos ámbitos, seguramente acrecentada a medida que se constata la excepción gubernamental: ayer, sin ir más lejos, parece que el presidente Rodríguez Zapatero reiteró su convicción de que el endeudamiento estatal es todavía bajo y ofrece margen para continuar incrementándolo algunos puntos más de Producto Interior Bruto (PIB). No es la primera vez que lo dice ni el único responsable gubernamental que lo sostiene desde que la crisis se empezó a manifestar.
En verdad, la ratio española de deuda pública sobre PIB es inferior a la que lucen varias economías de la eurozona, pero eso sólo es una parte de la realidad a considerar. Cuenta también la velocidad a la que se está multiplicando el nivel de endeudamiento. No menos importa la capacidad de ahorro tradicional de cada país. Y conviene tener asimismo en cuenta que esa acelerada subida de las necesidades de financiación del sector público estatal -computando las de todas las administraciones- se produce en un momento en que el resto de países del área euro están apelando también de forma apreciable a los mercados para colocar sus emisiones de deuda. Las cifras globales marean y no faltan dudas sobre la capacidad de absorción.
¿Será de deuda pública la próxima burbuja que tocará padecer? Aquí, de momento, donde debería no se aprecian intenciones de moderar su progresión.
Enrique Badía