Aunque está muy cerca, Portugal no suele ser protagonista de la actualidad que marcan los medios informativos por aquí. Nunca ha quedado claro por qué. Las relaciones con el vecino al oeste han padecido demasiadas veces de exceso retórico que puede haber contribuido a un desconocimiento recíproco, si acaso excepcionado en los territorios fronterizos de la costa atlántica. Pero la realidad se acaba imponiendo y periódicamente emergen asuntos de interés compartido, cuando no común. Este fin de semana, por ejemplo, ha ocurrido en el primer debate televisado entre los dos principales candidatos a las elecciones generales del próximo día 27 de septiembre: el asunto estrella acabó siendo la futura conexión con España mediante líneas ferroviarias de alta velocidad.
La conexión entre el AVE español y al menos las ciudades de Lisboa y Oporto ha sido objeto de sucesivos acuerdos entre los gobiernos de ambos países, no sin sucesivas variaciones de calendario, recorridos e incluso número de enlaces, aunque a día de la fecha la mayoría de obras está todavía lejos de ejecución. Por lo general, los compromisos de parte portuguesa han respondido más al teórico deseo de abrir camino hacia las redes centroeuropeas que evolucionado guiadas por el ansia de integrar una red simplemente peninsular. Y no se habían apreciado diferencias de posición entre socialistas y centro, los dos mayores partidos del arco parlamentario luso.
Ahora, sin embargo, la actual oposición ha decidido incluir entre los lemas de su campaña el compromiso de paralizar las líneas de alta velocidad con España si alcanzan la victoria en los inminentes comicios. Una posibilidad a la que el ministro de Fomento, José Blanco, ha respondido expresando preocupación.
La polémica es curiosa. De una parte, plantea la voluntad de incumplir un acuerdo intergubernamental que, como es lógico, ha condicionado los tendidos de alta velocidad proyectados en lado español, básicamente a través de Galicia y Extremadura. De otra, elude considerar que la única opción para integrar la capital portuguesa en los grandes ejes ferroviarios europeos pasa a través de España por estrictas razones de geografía.
Quizá sea que este último argumento haya perdido peso ante la reiteración con que Francia viene posponiendo la extensión de sus redes de alta velocidad (TGV) hasta la frontera española. De momento, ir más allá de Burdeos (Atlántico) o de Montpellier (Mediterráneo) no tiene planes ni fechas concretos, pese a las periódicas proclamas de buenas intenciones que suelen producirse en las cumbres bilaterales o los compromisos de prioridad y financiación establecidos en el seno de la Unión Europea (UE).
No hay que descartar que en todo ello influya la evidencia constatada de que el tren veloz es competitivo en recorridos que no superen las tres o todo lo más cuatro horas, cuestionando en la práctica los diseños teóricos que magnifican las excelencias de unir todas las capitales comunitarias en esta modalidad. Lo que no excluye en absoluto el potencial de intercomunicar las capitales españolas y portuguesas, que suena más a interés compartido que materia de confrontación… aunque ya se sabe que la dinámica electoral es la que es.
Enrique Badía