Cunde el escepticismo cuando se mira cómo van las cosas de la energía atómica desde que el presidente Obama asumió el poder, con un Irán impasible ante las aperturas de diálogo y conciliación de la Casa Blanca; pues el régimen de los ayatolás no abre ventana ni poro en lo tocante a su programa nuclear. Ahí se mantiene erre que erre, mientras los demás interlocutores concernidos en el asunto no hacen más que dar vueltas en torno al punto donde se encontraban desde que se destapó el tomate.
Ahí siguen todos mirando a Teherán, de la mano de un Javier Solana que, en nombre de la Unión Europea, concierta debates con los ayatolás, sobre las centrifugadoras de uranio y lo demás de siempre, sin saber para qué. Con lo cual, la República Islámica se encuentra más relajada y tranquila que nunca respecto de este particular, mientras que el Israel de Netanyahu puede sentirse más inquieto que jamás, presionado desde Washington para que congele los asentamientos judíos en Cisjordania, y mirando cómo progresa el músculo atómico de la antigua Persia. Que nunca retiró la amenaza de borrarlo del mapa.
Las palabras de advertencia de Barack Obama, al hilo del aniversario de la caída de Lehman Brothers, y de la crisis del sistema que pudo representar con toda su cohorte de valores de libertades irrestrictas para el mercado, señalando la evidencia de que el mercado se puede también equivocar, no podían menos que provocar la respuesta liberal de que los errores del dirigismo económico han sido siempre más numerosos y más graves que los del propio mercado. A lo que siempre se puede añadir, como última consideración o argumento de que la capacidad de todo sistema es siempre la propia capacidad del hombre libre, para esquivar el error o los errores, allí donde ésta se encuentra más libre de las trabas burocráticas.
Pero algo tendría que hacer o decir el presidente Obama ante la próxima reunión del G-20, en la que la presencia del presidente Rodríguez encontrará su «más específico interés» con la aportación de la perspectiva que ofrece el hecho de ser titular del farolillo rojo de las naciones grandes de la UE a la hora superar la postración y la crisis. Lo más cierto de todo, en cualquier caso, al echar la vista atrás en este cumplido aniversario, es que el profeta que marró desde la Reserva Federal, Alan Greenspan, en su visión de que era absoluta la capacidad del mercado para autocorregirse en primera y única instancia, tuvo sucesivamente la confianza de Clinton y de Bush. Aunque no la tendría ahora, a toro pasado, del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, como tampoco la tendría del presidente Obama.
De éste podría decirse por muchos de sus críticos que tampoco pudiera tenerla a estas alturas consigo mismo. Como tampoco la tienen en él muchos de sus entusiastas de hace cuatro días. Del gran bache económico, o del gran túnel de lo mismo, se ha salido; pero resta todavía a la economía mundial -comenzando por la norteamericana, la japonesa, la alemana y la francesa (la china es cuenta aparte)- tomar altura y ponerse en velocidad de crucero. A esta última condición no le sobraría nada que el tema de Irán pudiera encajarse, que lo del Estado palestino se consiguiera (ojo a la entrevista de Netanyahu con el presidente egipcio) y que Barack Obama no perdiese demasiado gas.
José Javaloyes