Justamente así pueden estar cambiando las cosas para Irán, después de que Rusia, el más importante apoyo exterior que tuvo hasta ahora la República Islámica, fuera informada por Estados Unidos de que los ayatolás disponían de una segunda planta de enriquecimiento de uranio. Lo sabían los norteamericanos, los británicos y los franceses, por medio de sus respectivos servicios de inteligencia en Persia. Los servicios rusos, sin embargo, no habían tocado pelota, por lo que a Medvédev se le debieron poner los ojos a rayas cuando Obama, en Pittsburgh, con ocasión de la Cumbre mundial del G20, le dio la noticia que indicaba, con toda precisión, el hecho de que los iraníes, en este orden de cuestiones, no se fían ni de sus más sólidos aliados.
Alertados en Teherán de que su segunda planta de procesamiento del uranio había sido descubierta por los occidentales, se apresuraron a comunicarlo a la Agencia Internacional de la Energía Atómica. El dato, en cualquier caso, invalidaba las últimas conclusiones de este organismo, dependiente de la ONU; hasta el punto de Mohamed Al Baradei, en sus últimas semanas como Director General del mismo, declarara pocos días antes de la revelación del secreto que carecía de fundamento real todo alarmismo sobre la peligrosidad del programa nuclear iraní.
Esta revelación norteamericana a los rusos tiene, entre otras algunas más, una doble lectura. Podría indicar, de una parte, que la renuncia estadounidense al escudo de misiles aporta cambios significativos al diálogo entre Moscú y Washington, y de otra, que ello, añadido al virtual secreto con que los iraníes mantenían este asunto para sus aliados rusos, modifica la relación entre éstos. Desde esta otra óptica, puede entreverse como factible el acuerdo ruso-americano para un compartido dispositivo de vigilancia misilística, frente a Irán y frente a Corea del Norte, tal como en su día ofreció Vladimir Putin a George W.Bush como alternativa al entonces proyecto checo-polaco de escudo antimisiles asentado entre Bohemia y el Báltico.
Cabe decir, en consecuencia, que las reglas de juego han cambiado ya o empiezan a cambiar, y que Irán podría ser la primera materia de esa mutación, con todas las consecuencias que ello habría de suponer para su juego internacional a propósito del programa nuclear. Y esa modificación de juego para los iraníes se ha patentizado también por la elevación del tono de amenazas en el conjunto del G6 ( Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, Reino Unido y Francia).
Obama, Sarkozy y Brown han sido terminantes en la Cumbre del G20, al definir que será el próximo diciembre el horizonte temporal para que Irán aporte garantías sobre sus andanzas con el enriquecimiento de uranio, al punto de que si para entonces no las hubiera aportado se le aplicarían otras sanciones distintas que las que le penalizan ahora. Distintas por ser más graves y significativas.
Eso del multilateralismo propuesto por Obama en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, podría estar moviéndose ya: pasando del orden de las hipótesis al plano de las realidades efectivas. Y por lo mismo cabría decir que Irán fuera, antes que ningún otro asunto, toda una piedra de toque. El núcleo del cambio diplomático internacional.
José Javaloyes