Es verdad que en estos tiempos de profunda crisis económica y social, la anunciada indemnización y fondo de pensiones del hasta ahora consejero delegado del BBVA, Íñigo Goirigolzarri, constituye un hecho relevante sorprendente y poco ejemplar, aunque no llega al nivel de otros casos parecidos, como los de Amusátegui y Corcóstegui cuando dejaron el Banco Santander tras la fusión con el Central Hispano.
Pero una vez dicho todo esto tenemos que señalar una profunda hipocresía en el seno de la clase política española por el ruido y rasgado de vestiduras con el que han llenado las portadas de los medios de comunicación y el debate político, porque BBVA es una empresa privada que no ha recibido ayuda alguna del Estado, que está sorteando con éxito las turbulencias financieras de la crisis y que en nada se le puede comparar a la preocupante crisis de estabilidad y solvencia de las Cajas de Ahorros españolas, cuya gestión está en mano de los grandes partidos políticos -PSOE, PP, CiU y PNV-, que sí reciben las ayudas del Estado y que tienen en jaque al sistema financiero español, como lo hemos visto en el caso de la Caja Castilla La Mancha.
Es la crisis de estas cajas y de otros bancos, pequeños y medianos, la que verdaderamente está en el ojo del huracán y la que merece la presencia o la intervención de funcionarios del Banco de España, como consecuencia de las ayudas recibidas y tal y como lo han hecho los gobiernos de Estados Unidos, Alemania, Francia, Bélgica y Holanda, entre otros muchos países. Pero ni el Gobierno de Zapatero, ni el PSOE, ni el PP, ni los sindicatos han abierto la boca sobre esta grave situación de un sector importante de la banca española. Y, además, son los primeros beneficiarios en créditos -a pesar de no pagar o de pasar a fallidos- de una financiación absolutamente irregular que contrasta con las dificultades enormes que los empresarios y las familias españoles tienen para acceder al crédito.
De ahí la enorme hipocresía de los alaridos políticos que ha provocado la decisión de BBVA tras la puesta en marcha del relevo de parte de su cúpula directiva, cuando se está ocultando todo lo demás. A lo que hay que añadir, en lo que a BBVA se refiere, la peculiar inquina del Gobierno, que intentó desbancar, años atrás, al presidente del banco, Francisco González, para que los constructores amigos del Gobierno y financiadores de sus medios de comunicación (con Sacyr de por medio) se hicieran con todo el control de la entidad mediante una operación financiera rocambolesca que había sido pilotada por el ahora ministro de Industria, Miguel Sebastián, desde los más altos despachos del palacio de la Moncloa.
Se puede criticar la decisión de BBVA y su inoportunidad, cuando en todo el mundo está abierto el debate sobre los sueldos y bonos de los banqueros. Pero de eso al espectáculo ofrecido por la clase política española hay un largo camino en el que se incluye el grave error del Gobierno de Zapatero al negar, hace meses, la crisis económica y su posterior incapacidad a la hora de hacer frente a los problemas planteados en medio de un cúmulo de errores y mentiras que nos llevan de mal en peor.
Eso sí, este incidente les servirá a los gobernantes para señalar a los bancos como los culpables de todos los males que nos acosan, a pesar de que fue el propio Zapatero quien proclamó en Washington las excelencias de nuestro sistema financiero, como el mejor del mundo. Lo que no es verdad aunque existan excepciones como las de BBVA y Santander, que están en otro nivel y no han recibido ayudas del Estado. Y resulta demagógico y barato ver a los ministros de Economía y de Trabajo, Salgado y Corbacho, ligando este debate con la reforma del mercado laboral y señalando por igual a todos los bancos y banqueros cuando los que están en el ojo del huracán son hoy sus propios dirigentes políticos, que sin la menor cualificación están al frente de entidades prácticamente en quiebra, que mantiene en pie el Estado, sin que nadie diga la verdad.
Marcello