El planteamiento de políticas sobre ciudades sostenibles resulta indispensable porque en el proceso de desarrollo urbano, ya no puede haber operaciones como frecuentemente sucedía en el pasado, improvisadas, o a merced de poderosos grupos inmobiliarios, sin tener en cuenta lo más elemental en materia de sustentabilidad. Además, está el nuevo contexto, revelador de que en 2008 ya más de la mitad de los 6.700 millones de seres humanos, en una tendencia de aún fuerte crecimiento demográfico, viven en ciudades, de modo que la calidad de vida de la mayoría de los pobladores de la Tierra depende de si esas ciudades son o no sustentables. Y para el 2050 serán 9.000 millones de habitantes los del planeta, y el 70 por 100 serán urbanitas.
No hay civilización sin ciudades, pues desde que el ser humano se hizo sedentario (Neolítico), comenzaron los asentamientos humanos, para proveer mejor a las necesidades de sus comunidades. Y con el tiempo, esos primeros asentamientos se convirtieron en ciudades, centros de atracción y de estímulo para la movilización social, como también para el intercambio comercial de ideas, y de relaciones personales. En definitiva, como dijo Marsilio Ficino en el siglo XV, la ciudad no está hecha solamente de piedra, sino también, y sobre todo, de seres humanos organizados para convivir indefinidamente.
En esa dirección, la ciudad, es «el lugar de un grupo humano particular», según el historiador Marc Bloch. En tanto que el filósofo Claude Lefort, en un ensayo sobre Europa como civilización urbana, supo exponer cómo al final de la Edad Media, entrando en el Renacimiento, las ciudades conformaron en Europa amplios espacios de comercio y de libertad.
En esa trayectoria, poco a poco y en torno al nacimiento del mercado, una clase social naciente, la burguesía, fue generando en Europa un orden nuevo que acabaría por minar el poder feudal: los siervos que se emancipaban de sus señores, encontraban protección en un hábitat urbano cada vez más libre. La expresión de ese cambio lo sintetizó Max Weber; «el aire de la ciudad hace libre». O como dijo el historiador Don Claudio Sánchez Albornoz, refiriéndose a la España medieval, «el viento de libertad de las ciudades castellanas se extendió más allá de sus fronteras».
Esa libertad de la ciudad, como escribe el propio Lefort, significa la disolución de los vínculos de dependencia personal del feudalismo, y la posibilidad, pues, de cambiar la propia condición: a favor del trabajo, de la capacidad de iniciativa, de la educación, y de las demás oportunidades. En esa dirección, el desarrollo urbano para el avance de Europa, explicando el gran salto adelante que para un gran número de temas supuso el Renacimiento.
La mejora de las eurourbes primeras, contrastó con lo sucedido en otras latitudes, por ejemplo las ciudades chinas, que se convirtieron en núcleos de la burocracia y del mandarinato, lo cual, desde luego, no impidió al Celeste Imperio constituirse en la mayor potencia mundial durante siglos, algo frecuentemente ignorado por el eurocentrismo predominante. Pero fueron las carencias comentadas, las que impidieron que China tuviera una gran burguesía y asumiera en el siglo XVIII, su propia revolución industrial.
Desde un enfoque más desde la vida cotidiana, la ciudad puede definirse como un lugar para vivir, desarrollarse, trabajar, estudiar y convivir en sociedad; pasando a ser así, según Roberto Camagni, totalidades significantes en sí mismas, una entidad socioeconómica autónoma. En ese sentido, la gestión y mejora de la calidad de vida de los residentes requiere de una planificación espacial específica; en cuestiones vitales, como son infraestructuras, ordenación urbana, transporte público, ordenación de vertidos, recogida de residuos sólidos o gestión de la energía, emisiones de CO2, y el tema siempre trascendental de la marginación de ciertos grupos sociales.
En la dirección apuntada, la extensión de las ciudades tiende a configurar conurbaciones (Giddens dixit) o en megalópolis, como sucedió en EEUU por primera vez con San-San (San Francisco/San Diego), Chipitts (Chicago/Pittsburg) o BosWash (Boston/Washington). Por otro lado, la provisión de servicios avanzados, la concentración de centros científicos y técnicos, la calificación y la especialización de la fuerza de trabajo, así como la existencia de grandes mercados de consumo, influyen de manera determinante, en la emergencia de nuevos centros internacionales (international hubs) que operan a escala continental y, en algunos casos incluso mundial. Pudiendo distinguirse los hubs de conocimiento (knowledgehubs), ciudades-capitales (established capitals), o capitales nuevas (re-invented capitals).
Desde el punto de vista de la elaboración conceptual, la sustentabilidad urbana se basa en la definición, ampliamente aceptada, que se generó en el Informe Brundtland, de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de 1987:
El desarrollo sustentable es el que satisface las necesidades actuales, sin poner en peligro la capacidad de las futuras generaciones de atender sus propios problemas.
Definición a la que cabe incorporar otra complementaria: la ofrecida por la Unión Mundial de la Conservación (Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas y Fondo Mundial de la Naturaleza, 1991):
El desarrollo sustentable implica la mejora de la calidad de vida, con el respeto a los límites de los ecosistemas.
Más concretamente aún, la sustentabilidad implica una serie de criterios fundamentales:
– No hay crecimiento infinito con recursos finitos: es necesario reconocer unos ciertos límites a la expansión en términos materiales, para así prevenir la destrucción de ecosistemas, y el deterioro global de la biosfera.
– En la producción, hay que internalizar esos deterioros de la biosfera como costes, tratándolos, a escala de empresas y de administraciones públicas como partidas especialmente sensible de la cuenta de pérdidas y ganancias; o de los presupuestos, respectivamente.
– Es necesario el recurso sistemático a los estudios de impacto ambiental (EIA), por razones que cabe sintetizar con aquello de que «es mejor prevenir que curar».
– Es importante que entidades públicas y privadas tengan sus respectivos presupuestos de la naturaleza, y que analicen anualmente su balance ambiental, para apreciar si están o no generando reducciones del capital natural.
– El modelo de desarrollo ha de ser ecológico, impregnando todos los capítulos sectoriales según pautas de respeto a la naturaleza.
Seguiremos la próxima semana.
Ramón Tamames