lunes, enero 20, 2025
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La mujer del César

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por la irredenta incapacidad del ser humano por aprender. Le cuesta. Le cuesta tanto que la historia de la humanidad está llena de ejemplos para aprender y de buenos propósitos en forma de consejos, creencias y vigencias sociales que alertan del riesgo de dejar pasar las experiencias ajenas por el lado como si de verdad fueran cosas de los otros y no tuvieran que ver con uno, como si en realidad lo que les sucede a los demás, por muy cerca que se sitúen de uno, tenga tan escasas posibilidades de que nos suceda lo exacto como nosotros le damos.

El individuo sigue teniendo, después de tantísimos años de civilidad, una enorme desconfianza ante el otro. Tanto que le cuesta apuntarse su experiencia y siempre cree improbable que lo sucedido le pueda suceder a él. No escarmienta en cabeza ajena, le cuesta aplicar la vida de los demás y aunque procura fijarse, a veces en demasía, lo que le sucede al vecino, después cierra la puerta de casa y deja sus barbas en seco, por eso le duelen tanto cuando le toca cortárselas.

El hombre no se deja aconsejar de la historia, y eso que sabe que lo que ésta le ha ido dejando en herencia, en general, se trata de la crème de la créme, como diría otro de los que han dejado su testimonio. Pensando que hasta el siglo XIX no se inventan los derechos de autor, debemos convenir que los que fueron dejando su testimonio al albur del avenir lo hicieron en buena lid y sin otra pretensión que la de que cualquiera pudiera sacar conclusiones salvadoras y éstas le alejaran del mismo tropiezo. Pero nada.

Desde la tradición romana se sabe eso de que la mujer del César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo. Aquellos hijos de etruscos e iberos eran gente avisada, inquieta y sagaz, que depuraban sus frases hasta dejar sentencia en casi cada línea que escribían, y eso que lo hacían en ausencia completa de signos de puntuación y, aun así, lograban dejar brillando ante los ojos de los demás auténticos manuales de comportamiento, sobre todo en el ámbito político. Ellos que pasaron de Imperio a República de envenenamiento en envenenamiento, y por eso lo sabían todo.

Pues mira por donde, en este siglo XXI que sucedió a aquel cambalache que terminó siendo el XX, los políticos siguen sin leer a los Césares y tanto como desdeñan a Claudio, luego les cuesta el percal. Saltan a diestra y siniestra casos en los que tipos públicos dilapidan tarjetas en puticlubs, trajes a medida, viajecitos, velinas y otras zarandajas, sacando pecho sobre lo bonito que es el apoyo de los suyos. Miran de través con una mano en el bolsillo de la americana como si guardaran el revolver y sólo aprietan el pañuelo perfumado. Se les ha olvidado eso de que la mujer del César debe ser ejemplo vívido de honestidad y se desparraman en conversaciones telefónicas de línea 800, llenas de procacidades y libertinas indiscreciones que les pueden terminar llevando al patíbulo. No recuerdan que a María Antonieta no la dieron guillotina por reina sino por puta.

Patxi Andión

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