domingo, enero 19, 2025
- Publicidad -

La corazonada acabó mal

No te pierdas...

La aventura del Madrid olímpico ha sido eso, exactamente una aventura cuyo desenlace era precisamente aventurado. Ha ganado Río. El enorme esfuerzo propagandístico de las autoridades de Madrid, con el Gobierno asociado por razones políticas obvias, y con la Corona de soporte de relumbrón a escala internacional, ha constituido un alarde ciertamente costoso y merecedor de mejor suerte. En realidad, los organizadores del proyecto español han vendido una temeraria conjetura, pero no una sólida probabilidad. Para mayor complicación, el presidente Obama asumió el asunto como propio, entre otros motivos porque lo era, con Chicago convertido en carta sentimental de su personalísimo pasado juvenil. Tampoco ganó.

En tales circunstancias, España, representada esta vez por la fiebre de las autoridades de Madrid y personalmente la del alcalde Gallardón, se ha atrevido a pelear con molinos de viento. Era difícil vencerlos, como acredita la ficción cervantina. Desde el punto de vista político hace falta valorar cuáles pueden ser las consecuencias en el plano de la crítica, pues será difícil ignorar la posibilidad de que el sector de la opinión española deseosa del fracaso aproveche esta coyuntura para solazarse. No es difícil imaginar hasta qué punto.

Los juegos olímpicos para Madrid se han presentado como una bendición en todos los órdenes. Una bienaventuranza tanto política como económica. Un revulsivo en la presente situación de crisis. La verdad es que se ha venido llamando proyecto a una monumental quimera. Y hasta podría hablarse de quijotada, dadas las objeciones que podían oponer desde el COI a la pretensión española, cuando el problema era convertir sucesivamente al continente europeo en escenario de dos eventos de la envergadura de un certamen olímpico, primero en Londres, ya asegurado en el 2012, y después en 2016, como corresponde al turno establecido en el calendario oficial.

Decía Rubén Darío, al evocar en un retrato poético la figura de Antonio Machado, que «montado en un raro Pegaso un día al imposible fue». El alcalde Gallardón se ha arriesgado a cabalgar sobre un mito parecido, en el sentido del caballo volador, salvadas sean las distancias. También podría comparársele con Icaro, cuyas alas de cera se derritieron en las alturas, demasiado cerca del sol de la gloria, y dieron con el volador en las profundidades del abismo. Todo un batacazo. Pero lo cierto es que Icaro no fue ridiculizado por su atrevido vuelo, sino más bien inmortalizado por el tamaño de su soñadora peripecia.

Antes de «volar», esta vez materialmente, hacia Copenhague, Gallardón declaró en entrevista periodística que el proyecto, casi más bien su personal proyecto, resultaría victorioso «por un estrecho margen». Menos mal que le asistió «in extremis» un soplo de realismo, con el que dio a entender que no las tenía todas consigo.

Y ya que hablábamos de caballos, ¿Cómo no evocar la aventura de Don Quijote a lomos del Clavileño, que ni siquiera llegó a despegar para su galopada aérea, pero que hizo creer a Sancho, su acompañante, que habían surcado remotos cielos? La verdad es que Don Quijote tuvo siempre sus dudas, porque loco estaba, pero no era tonto. Los Duques que le embarcaron en la aventura pudieron reírse a sus anchas, eso sí. Más de un duque, de los de a pie, han estado ahora mirando a Copenhague, en espera de poder reírse a mandíbula batiente. Peor para todos.

Cuando Clavileño volcó en el jardín de los duques y dio con sus dos jinetes en tierra, sin haber llegado a despegar del suelo, Don Quijote todavía creía que Dulcinea iba a ser el premio de su audacia. Según Cervantes, el caballero imaginó que su dama había quedado libre de encantadores. O sea, que quedó desencantada en el mejor sentido. Ahora Gallardón ha afrontado valerosamente el riesgo de su propio desencanto. Todo un mérito.

Lorenzo Contreras

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -