Escampó primero y después tocó fondo. La llegada a Tegucigalpa prevista para hoy de una delegación de ministros de Asuntos Exteriores de países miembros de la OEA, junto con la de su secretario general, José Miguel Insulza, se añade a la previa derogación del decreto de estado de sitio y de restricciones de la libertad de prensa, establecido en el momento en que llegó a su punto más alto la tensión en Honduras, con la instalación del ex presidente Zelaya en la embajada de Brasil y las manifestaciones y protestas de sus partidarios. Después, la calma llegó a restablecerse a partir del instante en que el Gobierno brasileño advirtiera a Zelaya que dejara de utilizar el asilo como arengario de los suyos.
Digo que tocó fondo la crisis hondureña porque desde la restauración de las libertades plenas se han restablecido las condiciones para que las elecciones se celebren el 29 de noviembre, al poderse desplegar previamente la campaña electoral por los distintos partidos políticos. Nada de esto cabría hacerse así sin la aceptación por Roberto Micheletti, el presidente interino, de las medidas planteadas por el mediador, el costarricense Óscar Arias.
La normalización política de Honduras es ya desenlace a la vista. Se da por descontado que las elecciones van a celebrarse, y que lo serán conforme las condiciones constitucionales, que excluyen la posibilidad de urnas paralelas para un referéndum de reforma constitucional que permitiera al depuesto Zelaya presentarse a la reelección y de tal manera anclar a Honduras en el proyecto bolivariano de Hugo Chávez, que es la propuesta castrista para el hemisferio iberoamericano.
Tenida en cuenta la bulla que montó en su día Hugo Chávez desde Caracas, cuando Manuel Zelaya fue depuesto por la acción conjunta de los otros dos poderes del Estado hondureño, resulta llamativo por demás el silencio en que permanecen el propio Chávez y sus adláteres desde que dejó de soplar como lo hacía esta borrasca centroamericana que ha ocupado, desde el 28 de julio, la totalidad del verano.
Y aún más llamativo que eso, el hecho de que haya sido el propio Micheletti quien haya revelado la posibilidad del procesamiento de los militares que, por lo que ahora parece, decidieron deportar a Manuel Zelaya a Costa Rica una vez que removido de su cargo por los otros dos poderes del Estado.
No es anécdota menor ni asunto baladí. Al fin y al cabo fue el suceso del destierro de Zelaya por militares lo que formateó como golpe de Estado puro y duro la crisis institucional provocada por las intrigas que éste quiso hacer con los militares para modificar el nivel y naturaleza de las elecciones del día 29 del próximo mes. Al negarse el jefe del Estado Mayor, Zelaya le destituyó pero a las pocas horas le repuso porque el techo se le había vuelto de vidrio y tanto el Congreso como la Corte Suprema de Justicia ya estaban sobreaviso y preparando su destitución.
En fin, la comedia de enredo escrita sin querer por Zelaya termina por fortuna como comenzó, sin haber derivado en la tragedia que luego apuntó, como guerra civil.
José Javaloyes