El ministro había acudido al diccionario de la RAE al leer la pregunta de su señoría, y la leyó: «En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquéllas en provecho económico o de otra índole, de sus gestores». Acababa de responder a las acusaciones del PP. «Rompa su silencio sobre el chivatazo de una operación policial a un comando etarra. Es la mayor traición y vergüenza de la democracia española», abría el fuego Ignacio Cosidó, que reemplazó al valenciano González Pons.
Le preguntaban al ministro sobre quién dio la orden para el chivatazo, «una burla al Estado de Derecho», señalaba Gil Lázaro, ¿Quién dio la orden?, repetía, «¿Cómo se explica que una parte de los investigados hayan sido los investigadores del caso, y que, además, hayan sido condecorados?»
Rubalcaba se defendía ante los dos: «Habla con insidias, acusaciones. ¿Es usted el paladín del Estado de Derecho? Todos, en el caso Faisán, han sido detenidos, encarcelados y procesados. Eso sí da confianza a los ciudadanos. Pida tanta presunción de inocencia para los encausados como para los militantes de su partido», decía.
Las heridas: El Gürtel y el GAL
Pero faltaba por llegar la pregunta del popular Alberto Fernández Díez, la más agresiva. El diputado recordó las consideraciones de aquel tiempo del Fiscal General del Estado, Cándido Conde Pumpido en 2006, en plena negociación del Gobierno con ETA, como las de «La Justicia no está para obstaculizar los procesos políticos», y otras así. «Cuando gobiernan ustedes siempre tienen un caso: El Gürtel, el GAL, o el Faisán, según estén negociando o persiguiendo a los terroristas; o les sale el GAL o el caso Faisán. Asegure que nunca más se saltarán el Estado de Derecho usando los policías a sus órdenes».
Tembló el hemiciclo pero no embargó a Rubalcaba. El ministro respondió con aire sereno: «Está usted respirando por sus heridas. Hay 24 personas procesadas. Si alguno pudo hacer algo, no sirvió de nada, puesto que fueron todos detenidos. Están ustedes respirando por sus heridas». Pero no explicó quién y porqué avisó a un etarra de que le iban a pillar en una operación policial.
Tardá vendría a aliviar las del ministro. Le preguntó por la corrupción, «un asunto delicado en esta cámara», en palabras de Rubalcaba, y éste se extendió sobre la lucha contra el narcotráfico, el blanqueo capitales, la represión de los delitos económicos, pero defendió que el Estado tiene suficientes mecanismos para la lucha contra la corrupción.
El diputado de Esquerra proponía a Rubalcaba la adopción de medidas ejemplarizantes que fueran «un antídoto» contra la corrupción. «Todo el mundo tiene un muerto en el armario», llegó a decir ante sus señorías, «y si no lo tiene» –proseguía- «lo puede tener mañana». Fue un gesto de humildad política, lo inverso a hacer leña del árbol caído cuando el propio no está libre de huracanes.
Rubalcaba se sintió más suelto que en la cascada de preguntas sobre el ‘Faisán’. «Nadie está libre de pecado», llegó a decir Rubalcaba, poco antes de comparecer ante los periodistas para explicar las detenciones de la nueva cúpula de Batasuna.
Chelo Aparicio