domingo, enero 19, 2025
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Herta Müller

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La literatura alemana es geográficamente plural. Hasta hace poco se distinguía entre la Alemania del Oeste y la del Este, entre la literatura de la República Federal de Alemania, un país abierto y democrático, amén de extraordinariamente culto, y la de la República Democrática Alemana, quizá no menos culta pero presa de un régimen totalitario y con fronteras físicas poco permeables. Tanto era así, que cruzar el Muro de Berlín podía costar la vida de quien lo intentase. Hace veinte años terminó la división. Hoy hablamos sencillamente, como antes de la Segunda Guerra Mundial, de Alemania. Citar nombres ilustres de la literatura alemana de Alemania sería una pedantería.

Después vendría Austria, con autores de primera fila como Adalbert Stifter (nacido en Bohemia), Robert Musil y Franz Werfel. A continuación, la Suiza de habla alemana con Ferdinand Meyer, Gottfried Keller, Max Frisch y Friedrich Dürrenmat. Y un poco más allá tendríamos a los literatos checos en lengua alemana, entre los que destacan Kafka y Max Brod. Recuérdese la primera universidad alemana en Praga, a comienzos del siglo XIII. Y aunque ya van cuatro o cinco literaturas en la misma lengua, según se cuenten, resta mencionar aún la producida por los alemanes de la emigración.

España fue una de las tierras prometidas y ahí está la vertiente sur de Sierra Morena, en la provincia de Jaén, repoblada por gentes de la Selva Negra en tiempos de Carlos III. Hay también florecientes colonias alemanas en países de América del Sur como Chile, Venezuela y, sobre todo, Brasil, con la bella ciudad de Blumenau. Y un día los alemanes del Volga formaron una comunidad numerosa y floreciente con la que acabó el comunismo soviético. Con todo, ha sido en Rumanía donde la literatura alemana del exilio produjo y continúa produciendo sus mejores frutos.

En el Bánato, muy cerca de Timisoara, nació Herta Müller en 1953, sólo once años antes de que Ceausescu estableciera una dictadura personal que se prolongó hasta que fue ejecutado, junto a su mujer, tras un simulacro de juicio popular en los albores de la democracia. Herta Müller, perteneciente a la minoría germana que llegó al Bánato desde Suabia y Sajonia, sufrió el rechazo de la población autóctona, y por añadidura la opresión de la dictadura. Ceausescu convirtió su Securitate en una espesa red de controladores y delatores siguiendo el ejemplo de la Unión Soviética. Mientras, la miseria del pueblo contrastaba con los delirios de grandeza del líder todopoderoso. Había que construir un palacio presidencial que sería el segundo mayor edificio del mundo. Y la mujer rumana debería dar a la patria cinco nuevos súbditos de media.

Pero hablábamos de Herta Müller. El presidente Ceausescu permitía que volvieran a Alemania los descendientes de quienes de allí vinieron. Era cuestión de dinero. Los ricachones de Bonn pagaban, como unos nuevos padres mercedarios, rescates de hasta doce mil marcos por cabeza. Herta Müller y su marido -Richard Wagner, como el genial compositor- llegaron a Berlín Occidental en 1987. Al recibir el Premio Nobel, la escritora llevaba publicados 18 libros, pero no había conseguido la atención del gran público, ni en Rumania ni en Alemania ni en otros países. Sólo tres de aquéllos han aparecido en castellano. Ahora seremos más los lectores de esas obras tan suyas que nos recuerdan, como sólo un maestro de la palabra puede hacerlo, la opresión de un pueblo en general y de una minoría en particular.

José Luis Manzanares

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