LA SOCIEDAD CIVIL SE PREGUNTA por donde queda la capacidad del hombre socializado de responsabilizarse de su conducta tal cual la piensa, decide y ejecuta sin usar a la vez la incontenible capacidad que atesora para desdecirse groseramente ante quien ha jurado con anterioridad.
Parece que el ser humano a pesar de firmar las indelebles cartas de la civilidad en sus múltiples fórmulas solemnes o sobreentendidas no se resigna a la dignidad de su estatus ciudadano y como guarda en su manga las artimañas del trampero, aquel pretérito que se pasaba las noches hambrunas cavilando sobre las estrategias mas arteras para hacer caer en las trampas sus competidores en la cadena trófica, explota las añagazas aprendidas para no abandonar su posición de privilegio obtenida en pésima lid, recostada en pestilentes herencias de traiciones, abandonos, intrigas y arteras maneras mil.
No ha logrado el ser humano sujeto de derechos y deberes despojarse de su ancestral condición ventajista, su tendencia natural de sobreviviente para imponerse a los competidores sin, desde luego, tener en cuenta ninguna cuestión que no sea la de la máxima eficacia. Hace mucho, que sabe que la ética social, es hija de la educación de los poderosos que se la pueden permitir sin tener que poner en riesgo su posición predominante. Sabe que el hombre que debe sobrevivir no puede hacer concesiones que mermen su eficacia, ni siquiera en nombre del bien común, por eso usa de sus mejores mañas en su acción social aún cuando, algunos, ni siquiera logran ser conscientes de ello.
El hombre guarda y roba, se postula y se echa al monte, se conjura y traiciona, jura y perjura. Anda de noche y se compromete de día, lucha por los mismos ideales que traiciona y quema y es quemado por lo mismo. Exactamente por lo mismo. Parece que no es capaz de una inmutabilidad ética.
En estos tiempos en los que los poderes públicos se exhiben según convenga con el hábito conventual o el liguero muladar, sobre todo la policía y la justicia que no dejan de enseñarnos obsesivamente el peor de sus rostros, asistimos de nuevo a esas conductas expuestas en las que los responsables no dejan de intentar sorber y soplar al mismo tiempo. No cejan en su empeño de no dejar pasar por su lado la mínima oportunidad de publicar sus flaquezas, aventar sus carencias y demostrar sus vilezas. Las gentes que se ocupan de contar el dinero van haciendo montones aparte como un gesto natural, ineludible y acaso insoslayable. Los administradores son los que roban, porque son los que pueden robar. Es así de simple, quien no puede, ni aunque quiera lo consigue y quien puede no lo logra remediar. Así, roban y acusan de robo. Sorben y soplan.
Dice el refranero popular que no se puede sorber y soplar al mismo tiempo, pero es que los humanos que cavilaron sobre una realidad física obvia, no se detuvieron a considerar la fabulosa capacidad del humano, y si es político todavía más, de subvertir los órdenes en su beneficio. Su vieja alma de trampero.
Pardean las laderas secretas de la memoria y tiritan aún. Octubre
Patxi Andión