El Milán más flojo de cuantos han pisado el Bernabéu, el equipo formado por ilustres veteranos, jugadores que perdieron sus aureolas, un portero que le regaló un gol a Raúl y el undécimo participante, Ronaldinho, ausente perdido y con síntomas claros de ex futbolista, derrotó al Madrid.
La galaxia, que sueña con la décima copa de Europa, se estrelló contra sus deficiencias. Esta vez, además de no mostrar el juego de «la excelencia» que se le pide, no consiguió ganar. Fue gran decepción, mayor si cabe a la sufrida por los culés contra los de Kazan, que ni siquiera son cosacos.
El Milán dio grandes facilidades. Para empezar, el regalo de Dida. Además se permitió el lujo de jugar con diez porque Ronaldinho no se comportó como un futbolista sino como un ex.
Al equipo italiano le sobraban años desde la portería al último delantero. No corría, no peleaba y se aculaba en su campo. Solamente cuando Pirlo sorprendió a Casillas, desde la posición de Lass y Xabi Alonso, se hizo a la idea de que, además del empate, podía alcanzar algo más.
El primer gol de Pato fue error de Casillas. El tercero, del mismo jugador, fue en jugada bien trenzada. Drenthe, en córner sacado por Raúl, a falta de alguien que deseara hacerlo, entendió la idea estratégica del capitán y logró el empate. El remate postrero de Pato dejó al desnudo al Madrid.
El Madrid ha ganado hasta ahora partidos casi de trámite y algunos con goleada. Los dos grandes adversarios a los que se ha enfrentado, Sevilla y Milán le han vencido. Mal síntoma.
Hasta ahora se ha echado en falta la habilidad para solventar convenientemente las jugadas a balón parado. Ahora, además de la excelencia que se pide hay que comenzar a exigir victorias aunque sea a la manera épica tan propia de la tradición de la casa.
Julián García Candau