No podía dejar de sorprender que el nuevo director del CNI, general Félix Sanz Roldán, haya hecho saber, casi a modo de confidencia, que los usuarios de teléfono móvil deben tener precaución con lo que transmiten a través de este medio. Ha sido como decir, desde su posición de responsable de la organización de espías al servicio del Gobierno, o de lo que sea, que el móvil es, para quienes legítimamente viven de saber lo que el conciudadano comenta, difunde o recaba un auténtico peligro desde el punto de vista de su «sacrosanta» privacidad. Pero para quienes utilizan ese instrumento como arma subversiva, nada menos apropiado que alertarlos de que sus operaciones pueden ser más fácilmente detectadas si utilizan dicho aparato. Que tal aviso proceda del máximo responsable del espionaje oficial, siempre bajo el nombre de «inteligencia», tiene que ser, al menos para los profanos en la materia, una auténtica novedad, quizá poco inteligente.
Ciertamente ya se sabía y sospechaba desde cualquier situación profesional o social mínimamente atenta, que el secreto de las comunicaciones, protegido por el derecho, ha sido siempre una pretensión mítica. Y, naturalmente, no cabe atribuir al CNI una consciente y deliberada transgresión de tal naturaleza. Pero he aquí que la alerta formulada por Sanz Roldán, sucesor del desacreditado Alberto Saiz, antiguo director del Centro, da la impresión de haber sido un desliz y no tanto una recomendación generosa.
En cualquier caso, las organizaciones dedicadas a espionaje o actividades de servicios secretos no necesitan en rigor que nadie les advierta sobre los riesgos que corren sus comunicaciones. Lo suyo es averiguar y no ser averiguados. Y nadie les va a dar lecciones o instrucciones de cómo garantizarse su propia reserva. Por eso, y porque el Centro Nacional de Inteligencia está para saber y «no para ser sabido», causa cierto asombro el consejo del general Sanz Roldán en el sentido ya comentado.
La historia de las actividades del antiguo Cesid, predecesor del CNI, durante la etapa felipista, y sobre todo en la época en que el inolvidable Narcis Serra se encargaba de «nuestra seguridad» por vía electrónico-informática, dio origen a una copiosa literatura. Se habló abundantemente del celo aplicado a la tarea de «saber cosas» por parte del general Emilio Alonso Manglano, siempre a las órdenes de Serra en cuanto ministro de Defensa tenido por socialista, o sea, afiliado al PSOE; aquel PSOE que Felipe González, con ayuda de su entonces amigo Alfonso Guerra, limpió o depuró de izquierdistas excesivos tras fingir una retirada provisional que dejó la depuración en manos de una Gestora dirigida por el obediente José Federico de Carvajal, de inmarchitable recuerdo.
Aquel Cesid de entonces (no hablamos ahora de la depuración interna del PSOE), siempre hizo saber por sus canales consultados que sus servicios sólo actuaron, en todo momento, contra fuerzas políticas que «rozaban» la marginalidad. Luego, pasado algún tiempo, vino el CNI con sus distintos responsables, el penúltimo de los cuales, Alberto Saiz, fue destituido con perfecta exquisitez como director que era. Destituido, que conste. Probablemente porque no desempeñó bien su oficio de saber lo que era indispensable saber para provecho general.
Con los años, porque han sido varios los años transcurridos desde que el Cesid dejó de llamarse así, hemos alcanzado la gran época actual, en la que el espionaje se ha convertido en una modalidad de la política corriente. Es la etapa del sistema SITEL, la cual hizo decir a Esperanza Aguirre que, «desde 2004, el Gobierno central está utilizando un sistema de escucha que le permite al señor ministro del Interior conocer todo sobre todos». Afortunadamente tal vez, el CNI está hoy en manos de un amable general que aconseja no utilizar el teléfono móvil en determinadas circunstancias o para manejar confidencias. Hágase, pues, un uso prudente de ese instrumento de comunicación. Es un obsequio que el nuevo director del CNI traslada dadivosamente al ciudadano en estos tormentosos tiempos políticos, con muchos intereses entrecruzados y varias elecciones a la vista, entre otras las generales del 2012. Si no se adelantan, que viene a ser igual.
Lorenzo Contreras