No debe de estar nada mal, por poco usual, eso de verse las caras después de 30 años, por más que los protagonistas del encuentro lo hagan acompañados de muchos, y que tampoco lleguen a darse la mano. Así ocurrió en El Cairo, en un encuentro multilateral para debatir sobre armamento nuclear y desnuclearización.
Visto como están las cosas entre Irán y el mundo occidental, especialmente con Israel -al que no deja de pertenecer y representar-, la cosa, por parte iraní, no ha dejado de tener el tratamiento esperado; es decir, el desmentido. Ocurre para el Teherán de la República Islámica que aquello que no debe ser no existe; o sea, que si algo ocurrió indebidamente, no ocurrió. Es un extraño cóctel de fanatismo religioso y contumacia política.
Como podía ser de otra manera, ocurre lo mismo en lo contrario. Los enemigos y los adversarios habrán hecho aquello que la autoridad islámica sostiene y dice. Por ejemplo, que han sido las potencias occidentales las que movieron los hilos para que los terroristas baluches, hace unos días, se llevaran por delante a 42 de los reunidos en un punto del sudeste iraní para tratar, precisamente, de la inseguridad y el terrorismo. Mucho de la plana mayor de la Guardia de la Revolución Islámica, cuerpo de élite del régimen, casi como las SS hitlerianas, pereció en el atentado.
Lo más curioso en ese trágico episodio es que, muy probablemente, el explosivo que el suicida se adosó al cuerpo para estallarlo en el momento crítico fuera un explosivo de factura iraní cuya potencia ya fue advertida en la última fase de la guerra de Iraq, utilizado como carga para minas empleadas contra vehículos militares de gran blindaje.
Recientes rumores de que el Líder Supremo de la Revolución Islámica se encontraba muy enfermo, al punto de temerse por su vida, venían de algún modo a colorear una situación del país sumamente crítica, que va mucho más allá de lo que pudieron significar los disturbios del pasado verano en la protesta popular por la estafa electoral que ha permitido que Mahmud Ahmadineyad siguiera en la presidencia del Gobierno.
La amplitud de las manifestaciones y la condición relevante de las figuras del régimen que se manifestaron; los centenares de detenidos, encarcelados y procesados; los abusos y violaciones practicados en las prisiones y centros de detención, e incluso las investigaciones abiertas a figuras del régimen como el ayatolá Karrubi, por denunciar tan graves abusos en el sistema represivo del régimen, todo ello conforma un cuadro que sólo puede entenderse como expresivo de la fase terminal de un régimen tan peculiar como el que soporta Irán desde hace 30 años.
Sólo un dato parece restarle pinceladas a la negrura y oscuridad del cuadro. El avance que ha supuesto, en el debate sobre el programa nuclear de Irán, el considerado acuerdo para que una parte significativa del uranio enriquecido en manos persas se venga a procesar, posiblemente en Rusia, para usos médicos. Pues bien, dentro de ese cuadro se han venido a negar en Teherán los intercambios de palabras habidos, en El Cairo, entre técnicos israelíes y colegas suyos de Irán. Todo tan lamentable como cierto.
José Javaloyes