España no tiene modelo energético. Europa, tampoco. Inquieta, pero es así. Lo peor es que no da la sensación de que nadie, al menos por aquí, lo esté pensando. Desde luego, no en el Gobierno, que no para de improvisar, dar palos de ciego y lanzar mensajes confusos al personal. Basten, como ejemplo, la populista decisión de cerrar Garoña y, tan cerca como la semana pasada, las erráticas tomas de posición en las primas a la energía termosolar.
No parece necesario remarcar que disponer de un suministro energético fiable, de calidad y a costes competitivos es esencial. Determina la posición relativa de la economía en el contexto global y por tanto la prosperidad, pero -no menos- también es crucial para el bienestar individual. Aunque sólo fuera por eso, debería ser atendido con absoluta prioridad.
La trascendencia, por otra parte, obliga a debatir. No sólo, aunque también, porque el modelo elegido debería serlo a medio y largo plazo, y por tanto puesto a salvo de relevos gubernamentales, sino porque la sociedad tiene derecho a saber qué se está jugando, cuáles son los riesgos y qué costes va a tener que afrontar. Aunque la discusión resulta difícil cuando no abundan alternativas para elegir.
Lógicamente, el sector tiene mucho que decir. Es cierto que de su seno emergen de vez en cuando ideas, propuestas a tener en cuenta, pero la actividad es compleja, llena de matices y sobrecargada de intereses empresariales que, aun siendo lícitos, pueden resultar muy beneficiados o seriamente perjudicados, según lo que se elija para el porvenir. Por eso, no puede extrañar que las sugerencias surjan parciales, más orientadas a defender lo suyo que a plantear las cosas desde una óptica más desapasionada y global.
Si a eso se añade que se trata de una actividad fuertemente intervenida desde el ámbito público, es fácil concluir dónde radica la responsabilidad esencial: en primer lugar, en el Gobierno; acto seguido, en el resto de fuerzas políticas, comenzando por el principal partido de la oposición. Sin embargo, cuándo se pregunta a un directivo de cualquiera de las principales empresas energéticas ¿quién está pensando en el modelo que necesita el sector?, un encogimiento de hombros suele ser la respuesta menos agresiva.
¿Habrá que esperar mucho más?
Enrique Badía