viernes, enero 24, 2025
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El aborto como bandera política

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«Nunca he sido feminista

Y estoy contra el aborto»

(Dolores Ibárruri, ‘Pasionaria’)

El «progresismo» es una de las muchas falsas acuñaciones con que la izquierda, tanto más cuanto menos marxista sea el partido que la representa, trata de supervivir a su carencia ideológica y su anacronismo. Eran progresistas, sin duda ninguna, los protagonistas de la Revolución Francesa. En aquellos días finales del XVIII, y hasta bien entrado el siglo XX, luchar por la igualdad, la libertad y la fraternidad era más arriesgado y renovador que hacerlo hoy por el ecologismo, los derechos de los homosexuales o una hipotética y literaria solidaridad con los desamparados de los países subdesarrollados. El «progresismo» es, por resumir, el pseudónimo que utiliza la izquierda en aquellos lugares en los que, como en España, han desaparecido los proletarios -ya no tenemos ni prole- y los pobres, incluso los más necesitados, resultan ricos en comparación con los menesterosos de Haití, Bangladesh, Uganda, Afganistán, Etiopía o Malawi.

El PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que ríe sin saber por qué, vive una profunda contradicción. Quiere ser de izquierdas; pero, instalado en el centro político, reduce su identidad a la saña contra el PP, que también está en el centro, y a cuatro formulaciones tópicas e inútiles. Por ejemplo, un partido al que, si pensamos en el tiempo que media entre 1934 y 1939, le convendría no tener memoria, hace bandera de una interpretación falsaria del pasado y revive una enfrentamiento entre las dos mitades de España que, afortunadamente, había superado la Transición. De la misma manera, y con idéntico objetivo, el PSOE agita para darle algún contenido «progresista» a sus actuaciones la bandera del aborto.

En 1985, la despenalización del aborto, promovida por el Gobierno de Felipe González, tenía sentido. Dejando al margen la cuestión ética que acompaña a tan polémico asunto, tenía sentido político en un sistema de libertades y tenía sentido sanitario en unas circunstancias en las que cada año, para abortar, una par de cientos de miles de mujeres españolas estaban forzadas a hacerlo en la ilegalidad y, casi siempre, en condiciones infrahumanas.

El proyecto legislativo que pretende ampliar lo que ya reconoció la ley orgánica de 1985, una nueva normativa para la interrupción voluntaria del embarazo en la que, incluso, las jovencitas menores de edad podrán hacerlo sin el conocimiento de sus padres, es una de esas iniciativas con las que el zapaterismo pretende, de una parte, encubrir sus fracasos sociales y económicos y, de otra, aparentar ese «progresismo» ridículo que, con vocación tercermundista, cierra el círculo vicioso de quien tiene gestos por no poder tener ideas.

La demanda social no reclama nada parecido, y buena prueba es de ello la manifestación que se produjo en Madrid el sábado pasado. Nunca, en los cincuenta años que llevo observando con atención la actualidad española, había visto una concentración tan grande de personas para defender una postura moral. No sé si fueron dos millones, uno o medio los asistentes; pero sí entiendo que fueron muchísimos y eso, en un sistema democrático, merece consideración y no trágalas.

Lo del aborto es una bandera, sin coste económico, con la que Zapatero, socialdemócrata de menor cuantía, trata de distanciarse del PP. Prueba es de ello que la ley que tanto le ocupa no la promueve el Ministerio de Sanidad, lo que tendría un sentido; sino el innecesario y cómico Ministerio de Igualdad, que, bien visto, no tiene mayor contenido que darle empleo a Bibiana Aído, pobrecita, y promover causas inútiles, chocantes y socialmente exasperantes.

Una vez más, Zapatero trata de salvar lo insalvable -su prestigio- con cohetes legislativos que nadie reclama y que, vestidos de progresismo, impactan en un sector de la opinión pública; pero conviene que quede claro que se puede ser de izquierdas y feminista sin aceptar esa chapucilla legislativa con la que, contra el sentir de muchos militantes socialistas, le permite autotitularse «progresista». Para lo que va a tener dificultades el líder cósmico es para meter lo del aborto en el zurrón del diálogo de las civilizaciones, otra de sus grandes falacias. Me gustaría verle en el trance de explicar esa ley de interrupción del embarazo a alguno de sus sobrevenidos amigos islámicos.

Manuel Martín Ferrand

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