Ha comenzado el proceso parlamentario de discusión de los Presupuestos Generales del Estado y, como era de prever, Zapatero ha salvado los obstáculos para la aprobación de sus cuentas por el procedimiento más seguro e incluso infalible: comprar los votos necesarios. Nacionalistas vascos y canarios ser han rendido al peso de sus conveniencias propias. El blindaje del Concierto vasco, que mantiene la singularidad, invulnerabilidad y excepcionalidad de ese estatus fiscal ajeno a la norma común, ha sido el precio político exigido por el PNV, con sus seis diputados en el Congreso; y, en correspondencia, el Gobierno se ha ahorrado, también con la «ayuda» canaria, previo pago de su importe en euros, el último y definitivo obstáculo político del curso legislativo.
Nada nuevo por otra parte. Lo de siempre. Por supuesto, con comedia incluida. Tres diputados vascos del PP, Alfonso Alonso, Ignacio Astarloa y José Aspiroz, se ausentaron del hemiciclo a la hora de votar, para no tener que hacerlo contra una determinada modificación del Concierto que ellos mismos habían dado por buena en el Parlamento de Vitoria. Así pues, la equiparación de las normas fiscales vascas a las de las otras comunidades pierde o ha perdido su punto de apoyo democrático-parlamentario. Una ventaja nacionalista comprada en el más estricto de los sentidos, sin óbice para que luego el PNV se haya hecho representar en la manifestación organizada por los abertzales en San Sebastián, en demanda de libertad de los dirigentes de la izquierda filoetarra recientemente encarcelados.
Para completar la teatralización, el PP ha intentado hacer creer que los tres diputados que hicieron «novillos» recibirán, en forma de sanción, el correspondiente escarmiento. Y, de conformidad con las exigencias peneuvistas, las normas fiscales emanadas del Concierto sólo podrán ser recurridas, si la objeción surge, ante el Tribunal Constitucional. A las vista de cómo funciona el toma y daca de la «comedieta», no cabe extrañarse de que el portavoz socialista José Antonio Pastor hiciera como que exige al PNV, a manera de emplazamiento, una decisión que establezca «a qué quiere jugar, si a la responsabilidad y el sentido común o al radicalismo sin sentido».
Pues sencillamente juega a lo de siempre, o lo que es lo mismo, «a lo suyo». En esto, Iñigo Urkullu ha sido un auténtico campeón del cinismo práctico. Por una parte ha lanzado un llamamiento a lo que llama o ha llamado «unidad de los demócratas» por la vía de un pacto anti-ETA. Por otra parte, como ya se ha visto, ha procurado que su partido esté representado en la manifestación organizada por los etarras a favor de sus encarcelados, entre ellos los significativos Arnaldo Otegi y Rafael Díez Usabiaga, y últimamente, ahora mismo como quien dice, contra la detención (en Francia, eso sí, que para algo sirve la Guardia Civil infiltrada y conectada a la Gendarmería gala) de Aitor Elizaran, mano derecha, o izquierda, de ‘Txeroki’, del cual ha venido dependiendo la estrategia política de la ilegalizada Batasuna, empeñada en construir nuevas plataformas o franquicias «legales» de ETA que garanticen figurar entre los aspirantes a participar en los futuros eventos electorales.
Por vía de acciones callejeras de considerable volumen, los alevines de ETA se han hecho notar en estos últimos días. A la banda siempre le ha convenido jugar con el tiempo y valorar las circunstancias que se van presentando. Del repertorio de sus acciones venideras nada cabe de antemano descartar. Urkullu, que es hasta cierto punto un Ibarretxe maquillado, ha hablado de crear las condiciones para que ETA eche un definitivo «cierre de la persiana», y ello como sinónimo de fortaleza de los demócratas. Lo que anida en el ánimo o intención de Urkullu parece ser la nostalgia de los acuerdos que siguieron al famoso y decepcionante Pacto de Ajuria Enea. Pero debidamente «actualizados». Cualquiera sabe lo que eso puede significar.
Lorenzo Contreras