Las razones por las que una persona toma la decisión de suicidarse forman parte de esos misterios de la mente humana sobre los que la ciencia aún ignora más de lo que sabe. Genéricamente, el suicida teme más los peligros de la vida que los terrores de la muerte, pero se desconoce por qué los negros son menos proclives que los blancos a quitarse la vida, y por qué los lunes de primavera suelen ser días fatídicos.
Sin embargo, en France Télécom se les acumulan demasiados suicidios como para no pensar en una relación con las condiciones de trabajo. En un año y medio, 25 personas se han quitado la vida, y parece evidente que los cambios constantes, provocados por las exigencias de competitividad en un sector sometido a la permanente evolución tecnológica, han tenido algo que ver. Uno de sus directivos aseguraba hace unos días: «Supongo que todo se ha hecho demasiado deprisa y sin contar con la gente. Y la gente no es un ordenador que se puede conectar y desconectar a capricho del que manda».
A propósito de la autodestrucción humana, escribe Luis Rojas Marcos: «El suicidio anómico ocurre cuando se producen grandes cambios sociales o rápidos desequilibrios económicos a los que el individuo no se puede adaptar». En el día a día de muchas compañías, donde impera la divisa del nuevo capitalismo que obliga a las empresas a una constante adaptación a la demanda, eso se traduce en experiencias como las que han relatado a la prensa los supervivientes de France Télécom. Después de trabajar toda su vida como técnico, tirando redes de teléfono subterráneas, a un trabajador le dijeron que tenía que reciclarse: «Me pusieron en una sala a vender por teléfono productos de la empresa. Yo lo he aguantado, pero otros no». Los suicidios son la manifestación extrema de un malestar mucho más generalizado, que con frecuencia no se materializa en la muerte, sino en depresiones, bajas, enfermedades. Otro trabajador de la compañía afirmaba: «Aunque no estemos mal ahora, nos preguntamos: ¿qué será de mí en el futuro? ¿Cuánto duraré?».
No sólo los aparatos telefónicos quedan pronto obsoletos. También los trabajadores que los fabrican o los venden temen ver su propia fecha de caducidad con la próxima innovación. En muchos casos, se trata de cambios superfluos, que despistan al consumidor tanto como al trabajador. En otros, y el de Windows Vista fue uno de los más sonados, la innovación empeora el producto anterior. Vivimos apabullados por la novedad: trabajadores autómatas, consumidores aturdidos. Porque en la cultura empresarial se ha instaurado la idea de que para sobrevivir en el mercado hay que cambiar constantemente, no importa hacia dónde ni para qué. El caso de France Télécom demuestra que esa máxima de supervivencia puede volverse trágicamente letal. www.irenelozano.com
Irene Lozano