Al cabo de los 11 primeros días de la campaña de Wazireistán del Sur, en las montañas del sudeste de Paquistán que lo separan de Afganistán, mientras Hilary Clinton, la secretaria norteamericana de Estado, aterrizaba en Islamabad para certificar el comienzo de una nueva etapa en las relaciones de Pakistán con Estados Unidos por el evidente esfuerzo militar de la única potencia islámica contra el terrorismo de los talibanes, una carga de al menos 150 kilos de explosivos, colocada dentro de un coche, estallaba entre el gentío que atestaba el bazar de Meena, y segaba la vida de al menos 90 personas, entre las que había gran cantidad de niños y mujeres que los llevaban a la hora de la compra tras la salida de las escuelas; otras 200 personas más resultaban heridas, y los hospitales no daban abasto para atender a los más graves. De modo casi simultáneo, en Kabul, la capital de Afganistán, los talibanes asaltaban una dependencia de la ONU, matando a seis funcionarios internacionales, y atacaban asimismo un hotel, causando un número indeterminado de muertos.
Tal ha sido la manera con que ha dispuesto las cosas el comité de recepción de los talibanes afgano-paquistaníes para dar la bienvenida a la directora de la diplomacia estadounidense y presentarle la factura por el paso de página en la relación política militar de Washington con Islamabad. Por enésima vez, y como siempre habrá de ser por lo visto, el terrorismo islámico responde con ataques en la retaguardia civil a las acciones militares de que son objeto, como ahora en los reductos montañosos que operan como válvulas de escape y vías de penetración de los talibanes que hacen la guerra de Afganistán a la OTAN y sus aliados, igual que antes se la hicieron a los soviéticos, alentados a la sazón por los aliados regionales y los servicios de inteligencia occidentales.
Conforme la lógica del proceso, tal como van las cosas, es probable que pronto veamos a los rusos de ahora, que eran los soviéticos de entonces, como aliados funcionales, puesto que Rusia tiene en Chechenia y otros ámbitos del Cáucaso problemas de infección terrorista de expresión islámica en la más severa magnitud y más profundas implicaciones para la seguridad de los conductos de gas y petróleo, que forman las redes de su actividad exportadora de hidrocarburos hacia Occidente. Es la seguridad económica, la seguridad política y la seguridad militar de Rusia cuanto aparece comprometido por el mismo terrorismo islámico al que se hace ahora la guerra en Afganistán y en Pakistán por Estados Unidos, la OTAN y sus aliados locales, cuya eficacia y fidelidad militar y política constituyen una variable dependiente del flujo dinerario arbitrado por Washington.
Pero la flexión al mayor y más profundo compromiso en la guerra demostrado por el Gobierno pakistaní en la campaña clave de Wazireistán del Sur habrá de tener su expresión complementaria en el comportamiento de la Administración afgana, donde el presidente Hamid Karzai, sometido a reválida electoral en pocos días, tiene sobre sus hombros, además de su dorado manteo, la unánime calificación de la deficiencia gestora máxima y de la mínima honestidad posible. Ése es el lado político interior de la guerra de Afganistán, de tan difícil solución y salida como la propia campaña militar.
José Javaloyes