lunes, enero 20, 2025
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El Muro

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Si celebramos la caída del Muro de Berlín, celebramos el fin del comunismo. No de los partidos comunistas, es evidente, pero sí el final de un sistema que, además de la larga evidencia totalitaria, se mantenía contra la voluntad de los ciudadanos. Las causas de lo que ocurrió en 1989 son complejas y los vectores que intervinieron múltiples: la tensión entre los reformistas –como Gorbachov y su perestroika- y los inmovilistas –como Honecker, que se resistió a dimitir hasta pocos días antes, el papel de Estados Unidos forzando con firmeza el agotamiento militar y presupuestario de los países bajo dominio soviético, la obligada apertura previa de fronteras en otros países limítrofes que llevaba indefectiblemente a la huida de los alemanes del Este, etc. Pero el hecho es que, tras tantos años de comunimo, el muro que se venía abajo era, a diferencia de cualquier otro, para contener la desbandada. Su destrucción, el símbolo del fin del sistema.

No era el fin de la historia, sino la vuelta a ella. Ni las emociones del momento ni las esperanzas generadas (como las que generó también la unificación de Alemania, ésta vista con recelos en Occidente) daban lugar a un estado de cosas ya inamovible, sino a un sistema abierto que podía ir por un camino u otro en función de la voluntad de los ciudadanos. Ahora, veinte años después, algunos quieren presentar como una ironía de la Historia que, en algunos países del este de Europa, hayan vuelto a los gobiernos, reciclados material o formalmente, los viejos comunistas o, como ha escrito el siempre provocador Slajov Zizek, que, siendo antes impensable que Walesa fuera presidente de Polonia, ahora, tras haberlo sido, sea más impopular en su país de lo que lo era entonces el general Jaruzelski. Sin embargo, el cambio que simboliza la caída del muro es, aunque no sea eterno, lo sustancial, la buena noticia reparadora en el final de un siglo plagado de violencias y totalitarismos: quien llega al Gobierno lo hace por las urnas, quien se mantiene en él es porque sigue teniendo el apoyo ciudadano, con todas sus imperfecciones el sistema mínimo de garantías se ha ido extendiendo y, allí donde se quiebra, es reclamado cómo antes de 1989 resultaba imposible.

Es esto tan cierto que, precisamente por ello, tiene sentido la queja de Zizek contra una suerte de anticomunismo simplón que, en aquellos países, trataría de echar todas las culpas de lo que ocurre, al pasado comunista, a su hipotética y disimulada presencia en todos los resortes del poder, etc. Los comunistas como chivo expiatorio de las deficiencias del presente es tan absurdo como echar la culpa de lo que nos pasa en España al franquismo, que también pasa. El problema de hoy no son los comunistas, los de antes y los de ahora, sino construir y sostener un sistema político en el que el totalitarismo no vuelva a tener cabida. Si el peligro no está eliminado, como no lo está en ningún lugar precisamente porque se está o se volvió a la Historia y porque la democracia no es un regalo, la ausencia del Muro -y de lo que simbolizaba su existencia y su caída- alimenta la esperanza de que se puede lograr.

Germán Yanke

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