domingo, enero 19, 2025
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Una paliza agradecida

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El caso del profesor Jesús Neira, golpeado brutalmente cuando intentaba evitar que un individuo continuara propinando una paliza a su compañera, novia o acompañante, pasará a los anales de las agresiones «de género» por sus especiales características. Lo normal en estos casos habría sido que la mujer agredida denunciara posteriormente el hecho, salvo que prefiriera, guardar por miedo o por otras circunstancias un precavido silencio. Seguramente esto último es lo que habría ocurrido si las lesiones sufridas por Jesús Neira hubieran carecido de gravedad y todo hubiese quedado en un altercado anónimo. Pero ocurrió que tras ser superficialmente atendido en un centro sanitario, el profesor entró en coma en su domicilio y tuvo que ser urgentemente hospitalizado. A partir de este momento, Neira pasó por un calvario de intervenciones quirúrgicas, una de ellas cerebral, y su mujer, la profesora Isabel Cepeda, cursó la pertinente denuncia. En coma y en peligro de muerte, Neira, internado en una unidad de cuidados intensivos, no tardó en ser noticia sensacionalista.

Poco a poco el drama personal empezó a tener repercusiones. Neira era suficientemente conocido en los medios intelectuales y universitarios, aparte de su proyección como colaborador en diversas publicaciones. Era lógico que los programas sensacionalistas de alguna que otra televisión procuraran sacar partido del suceso. Y entonces se produjo la clásica persecución reporteril de quienes pudieran ampliar la noticia. Fue la oportunidad aprovechada por la agredida, una tal Violeta Santander, que a cambio de narrar su peripecia se pudo embolsar un dinero sustancioso; no así, por suesto, la familia de Neira, cuya esposa se limitó a dar cuenta del proceso que llevaba el estado de salud de su marido.

Pasado algún tiempo, las autoridades fueron percatándose de la necesidad de resaltar la ejemplaridad del caso. Y comenzaron los honores y distinciones para el profesor. Y vinieron las medallas y condecoraciones, una de ellas, y no de las primeras, concedida por el feminista ministerio de Igualdad, con Bibiana Aído de protagonista oficial. Era una oportunidad para quedar bien ante la opinión pública mediante el procedimiento de premiar el valor cívico. En realidad, esas instancias y autoridades se condecoraban a sí mismas como propulsoras de la exaltación del mérito.

Cuando Neira se recuperó parcialmente, aunque lo bastante para regresar al cultivo del comentario jurídico-político, sus puntos de vista sobre la situación general distaron de agradar a quienes esgrimieron en su momento las condecoraciones para exhibir su sentido remunerador del valor cívico. Era evidente que Neira no buscaba oportunidad de medro personal, contra la tendencia más frecuente de la condición humana.

La historia de este caso conoce otra complicación cuando ha llegado la hora del juicio por los hechos, empezando por los «supuestos maltratos» del tenido por agresor de Violeta Santander. Esta ciudadana, en presencia de Neira que acudía como testigo, negó haberse sentido agredida, al tiempo que el acusado, Antonio Puerta, se declaraba inocente. Cabe considerar la posibilidad de que Violeta Santander no «sintiera» la agresión, en cuyo caso estaríamos ante un episodio de alguna variante de masoquismo.

Cuando Neira, testigo excepcional del suceso enjuiciado, escuchó que la agresión de Antonio Puerta, por mucho que Violeta Santander no lo hubiese sentido, se ponía en cuestión como realidad tangible, testificó sobre la paliza que presenció e intentó evitar. O sea, que la paliza era «confirmada». Y entonces la fiscalía ha tenido que solicitar diligencias por falso testimonio contra la supuesta agredida.

Habrá quienes disculpen a Violeta por un exceso de amor hacia Antonio Puerta, o por miedo a las consecuencias futuras de una declaración adversa. En todo caso, el episodio de la paliza le resultó lucrativo. Y el sentimiento de gratitud no es descartable.

Lorenzo Contreras

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