Durante muchos años, al fútbol español se le ha achacado cierta inferioridad física. Hasta el propio Luis Aragonés ha repetido hasta la saciedad la falta de preparación de base de muchos de los futbolistas españoles. Ahora, después de haber jugado tantas veces ante jugadores de mayor altura y potencia física, nuestra satisfacción está en el cuerpo de bajitos.
Ya no echamos en falta gigantes. Nos importa una higa que los alemanes o los ingleses nos saquen centímetros. Y no se trata de emplear tácticas como la del general Querejeta, quien para animar a nuestros baloncestistas, que tenían que enfrentarse a estadounidenses, les dijo que jugaran raso para partirles la cintura.
Lo mejor del fútbol actual no son los bigardos, sino los «pezqueñines». La selección española emociona y gana partidos con Xavi, Cesc, Villa, Silva, Mata, Pablo Hernández y el debutante Navas, ninguno de los cuales habría sido alabardero.
Éstos sí hacen juego raso, pero de encaje. Han hecho del tuya-mía casi cuestión de fe. La técnica se impone a la fortaleza. No se puede competir en el juego aéreo, mas no importa porque nuestros locos enanos sí les parten la cintura a los grandullones con sus improvisaciones.
La selección española derrotó a la Argentina, pese a que ésta, que se ha clasificado para el Mundial en el último suspiro, se empleó con todas sus fuerzas físicas. El propio Maradona reconoció que su equipo jugó «al límite» de lo reglamentario.
No hacía falta mostrar la peor cara del canchero argentino para celebrar una fiesta. Fue de nuevo gozoso ver cómo a la entrada brusca nuestros «pezqueñines» respondían con habilidad. Había que jugar pisando el césped como los pájaros para que las canillas acabaran intactas.
La selección española tuvo en Argentina auténtico test mundialista. En Sudáfrica los españoles se encontrarán con equipos dispuestos a jugar al límite. Es deseable que los árbitros no consientan allí tanto como en el Vicente Calderón.
Julián García Candau