domingo, enero 12, 2025
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España y los repartos de la nueva UE

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Tras la aprobación del tratado de Lisboa, en la UE se ha modificado la nomenclatura. Los «grandes» han podido repartirse el pastel conforme a lo previsto. Alemania y Francia, o Merkel y Sarkozy, han impuesto sus preferencias. Son ellos los que mandaban y los que seguirán mandando. Pero un presidente belga que «nadie» conocía fuera de su ámbito estricto, Van Rompuy, burócrata sin historial, y una británica de escasa resonancia europea hasta ahora, Catherine Ashton, comisaría de comercio, se han convertido respectivamente en presidente de la UE y nuevo Mr. Pesc (en este caso señora Pesc) o alta representante para la política exterior.

Se ha hablado de ellos como personajes de «bajo perfil», por más que Van Rompuy sea jefe del Gobierno belga y Catherine Ashton una figura de la política comercial del Gobierno laborista británico. Esta dama tendrá a su cargo el nuevo Servicio Europeo de Acción Exterior, superdotado de personal diplomático; de paso, de la mano de Gordon Brown, «compensará» al Reino Unido por la exclusión de Tony Blair de la candidatura a la presidencia de la UE.

España «pierde» a Javier Solana, que, como todo el que pasa por un cargo de fuste con independencia de sus méritos reales, ha encontrado de antemano compromiso de acomodo en ACCIONA, el imperio empresarial (constructora y otras menudencias) de José Manuel Entrecanales. Se ve que en la UE, con Lisboa o sin Lisboa, no hay «ERES» que valgan. En esos ámbitos los «chollos» posteriores que su brillo proporciona son colchones de caída confortable. Ningún mandamás de la UE puede tener su conciencia afectada por el porvenir de los cesantes. En estos niveles la prosperidad personal es siempre vitalicia.

La Europa de los veintisiete, comandada por Alemania y Francia, con Gran Bretaña «a la rueda» y seguida muy a distancia, por aquello del peso demográfico, de Italia, España y en alguna medida Polonia, sólo ha cambiado, al menos en principio, de nomenclátor. Hasta veintisiete miembros, todo sigue como estaba, aunque el tratado de Lisboa haya democratizado el reparto de altos cargos en cascada descendente (como todas las cascadas) y a razón de un puesto de comisario por país. Por Portugal, sigue Durao Barroso como presidente de la Comisión de Bruselas, y por España Joaquín Almunia como comisario para asuntos económicos y financieros. Felipe González, que en teoría podía aspirar a todo o casi todo, probablemente ha preferido ponerse a salvo de desaires en la lotería trucada que manejan o han manejado Merkel y Sarko, prácticos dueños de todos los números. ¿Y qué fue de Moratinos?

La sensación que trasciende es la de una Europa económicamente recuperada o recuperable, con España a la ultimísima cola. Otra cuestión será perfilar el papel de las presidencias rotatorias, que se difumina con el mayor relieve que acapara el presidente del Consejo Europeo. Esto significa que Zapatero ha tenido o va a tener la mala suerte de representar en enero el más desvaído de los papeles reservados a los rotatorios turnos semestrales del consejo de ministros. En la práctica se convierte en un ayudante del presidente. Ya puede ir abandonando los sueños de influencia de España, y de él mismo, a través del protagonismo que venía pregonando en sus correrías internacionales. Si, por ejemplo, le prometió algo Turquía, ya puede ir despertando a la realidad. Turquía como aspirante a ser «parte de Europa» tiene de antemano el veto de Ángela Merkel y de Nicolás Sarkozy, por más que Gran Bretaña alimente otra opinión. A Turquía, además, no le respalda en sus pretensiones el firmante presidente que ha fabricado la UE en la persona de Herman Van Rompuy, que en alguna medida puede verse influido por su criterio de que, en materia confesional, según reza el título de una de sus obras publicadas, «El cristianismo, un pensamiento moderno», la cristiandad, aunque en decadencia, está ahí para algo.

Vaya por Dios, pues. La alianza de civilizaciones, una de las banderas filosóficas de Zapatero, no parece llamada a potenciarlo. Al «rotatorio» le quedan las fotos como capital propagandístico.

Lorenzo Contreras

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