domingo, enero 12, 2025
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La conflictiva nulidad de la ‘nietísima’

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En nuestra anterior crónica, a propósito de la separación de la infanta Elena y Jaime Marichalar que actuara en la rota vaticana, prometimos ocuparnos de la nulidad del matrimonio de María del Carmen Martínez Bordiu, más conocida como la nietísima del general, y Alfonso de Borbón Dampier.

Esta boda, celebrada en 1972, pudo haber cambiado el curso de la historia de haberse celebrado sólo unos años antes. Si esto hubiera sucedido, hoy no habría democracia en España, ni partidos políticos y, por supuesto, los Reyes de España a lo peor se llamaban no Juan Carlos y Sofía sino Alfonso y María del Carmen.

La nulidad no fue fácil. Aunque, para conseguirla, uno y otro no tuvieron inconveniente en alegar todas las descalificaciones y todas las miserias que jalonaron su conflictiva convivencia.

Como recordábamos en la anterior columna, Mari Carmen fue cómplice y testigo de la primera nulidad de Isabel Preysler obtenida en la diócesis de Brooklyn de Nueva York, una diócesis de manga tan ancha que era fácil conseguir la nulidad.

Resulta curioso que Alfonso culpara a Isabel de la ruptura de su matrimonio. «Carmen veía con frecuencia a algunas amigas divorciadas. Esas personas no dejaban de encomiarle los encantos de la libertad. En esas reuniones se respiraba un aire de independencia e irresponsabilidad». Para justificar lo que decía solía recurrir a la manida y vulgar explicación de que «una manzana podrida (¿Isabel?) estropeó todo el cesto». Según él, Carmen era joven y se dejó influir.

De lo que el pobre Alfonso no se había dado cuanta es que la primera ocasión se le presentó a su mujer en forma de un señor que tenía menos problemas que él y se mostraba más apto para divertirla. Él intentó retenerla pero ella se fue.

Carmen y Alfonso se habían separado con la intención, por parte del duque de Cádiz, de pedir la anulación de su conflictivo matrimonio. A Carmen le daba igual.

Alfonso lo justificó diciendo que «no quiero romper el vínculo ante otra jurisdicción que aquella bajo la que lo había contraído». No hay que olvidar que era muy católico, apostólico y romano.

Pero, sin previo aviso, sin decir nada, Carmen pidió el divorcio. Al parecer su abogada, Concha Sierra, le convenció de que era una forma más rápida para salir del impass donde se encontraba.

Alfonso, por sus ideas religiosas, no se quiso avenir. Decidió seguir pleiteando la anulación ante el tribunal eclesiástico.

Pero el 14 de noviembre de 1983, cuando Carmen llevaba ya más de seis años viviendo con su nuevo amor, Jean-Marie Rossi, en París se confirmaba a las partes el divorcio. Desde ese mismo momento Carmen recobraba, legalmente, el estado civil de soltera. Quedaba libre para contraer nuevo matrimonio civil, como sucedió un año más tarde.

Por ello, una vez divorciados, Alfonso persistió en el procedimiento entablado en el tribunal de la Santa Rota de Madrid. Se apoyaba en un concepto al que pocas veces había recurrido: el de no comprensión del acto del matrimonio.

«Mi esposa no había comprendido el compromiso que contraía respecto a mi misión y a la necesidad de tener hijos».

La nulidad del matrimonio Borbón-Martínez Bordiu, fue concedida el 16 de diciembre de 1985 después de que Alfonso alegara que su esposa era inmadura, irreflexiva, ligera y caprichosa.

Y Carmen, por su parte, que su ex marido era un hombre introvertido, pesimista, triste, amargado, inseguro y pretencioso.

Se habían casado el 8 de marzo de 1972, en la capilla del Palacio del Pardo. Él contaba 35 años y ella 21. En aquella época casi una niña.

Jaime Peñafiel

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