Hace cinco años, en noviembre del 2004, el presidente Rodríguez Zapatero dijo en el Congreso aquello de que su Gobierno no se sentía incómodo en «el arte de rectificar». Eran otros tiempos, el presidente no sólo tenía sino que gozaba de su optimismo antropológico, los vientos de la opinión pública le hacían avanzar y el arte de rectificar parecía que le acercaba a los ciudadanos y añadía confianza y buen humor a la gestión gubernamental. Todo ha cambiado. El Gobierno, ahora desconcertado y agobiado, ya no tiene esas inclinaciones artísticas y no rectifica. A veces, cuando se ve obligado a ello, o lo niega diciendo que una cosa y la contraria son lo mismo o, forzado por lo inevitable, lo hace de tapadillo pretendiendo que nadie repare en ello. Ya no hay arte que valga y el talante es otro.
Se vio ayer en la sesión del Congreso en la que la vicepresidenta Fernández de la Vega compareció para dar explicaciones sobre la actuación del Gobierno durante el secuestro del Alakrana. El desastre de la gestión está a la vista de todos, hasta el punto de que, sumergido en el mar de contradicciones y fallos, ha quedado diluido ante los ciudadanos y los grupos parlamentarios de la oposición que, además, lo han aprovechado para deslizar planteamientos demagógicos en la polémica y en la crítica. La vicepresidenta ha hecho bien en afirmar, en contra de algunas peroratas, que la detención de los dos piratas no era una opción, sino una obligación marcada por la ‘operación Atalanta’. Y que la puesta a disposición de la Justicia de los detenidos tampoco era una opción, sino una obligación legal. Pero no era una obligación, sino una opción, la decisión de enviarlo a Kenia, en función de los acuerdos internacionales, o a España, aunque ella haya querido presentarlo así.
Por eso es fundamental el Protocolo que María Teresa Fernández de la Vega ha anunciado que presentará a los grupos parlamentarios para futuras eventualidades. Como ya no se rectifica, la vicepresidenta dijo ayer, lo que entra dentro de la retórica de defensa pero resulta ridículo a estas alturas, que se puede elaborar el Protocolo por las «prácticas eficaces» durante este secuestro. Es evidente que lo que tiene que resolver son las muchas prácticas ineficaces durante las semanas dramáticas del Alakrana y que afectan, además de a estas cuestiones señaladas, a la política de comunicación (que también el Gobierno alaba a pesar del caos y las contradicciones sufridas) en un asunto tan sensible para la opinión pública, especialmente los allegados a los secuestrados, y que tanta importancia tiene para su buena resolución.
No es cierto tampoco que la liberación de los secuestrados suponga, como en tantas cosas repite el Gobierno, la demostración de la eficiencia de lo llevado a cabo. Entre otros asuntos, noticia y desmentidos, el más tremendo: si la vicepresidenta dice que se hizo lo que se tenía que hacer «hasta el día en que logramos su liberación» no puede hurtar, en esa primera persona del plural, las preguntas sobre el rescate. Y el criterio sobre los rescates, que no parece que vaya a estar en el famoso y necesario Protocolo. Si no estaban dispuestos a rectificar, un poco de realismo y humildad no habría estado de más.
Germán Yanke