domingo, enero 19, 2025
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El grave error de Eric Holder

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Eric Holder -el distinguido fiscal, magistrado, enemigo de la corrupción pública, entusiasta del baloncesto, mentor de juventudes desfavorecidas- parecía ser una elección inspiradora de confianza para ocupar el puesto de fiscal general. Cuando Holder declaró durante su vista de confirmación que Estados Unidos sigue estando en guerra con terroristas, la senadora Lindsay Graham se entusiasmó: «Casi estoy dispuesta a votar a su favor ahora mismo».

De manera que ¿cómo se convirtió Holder en el miembro más destructivo del gabinete de Barack Obama?

Holder inició su andadura manifestando desprecio a la labor de los fiscales federales siempre que ello encajara a su orientación ideológica. Durante el año 2004, un grupo de trabajo de la Fiscalía de Virginia examinó las alegaciones de conducta impropia contra la CIA y concluyó que había pruebas insuficientes de conducta o intencionalidad criminal. Holder ignoró las opiniones de estos respetados fiscales y nombró su propio fiscal especial, apaciguando al electorado político deseoso de que la CIA fuera procesada y castigada. Como resultado, la moral en la agencia imprescindible en la guerra contra el terror ha caído a su nivel más bajo. ¿Qué posible motivo podría tener un brillante y ambicioso profesional de la Inteligencia para labrarse una carrera en el contraterrorismo cuando el fiscal general de Estados Unidos está decidido, al margen de los hechos, a denunciar y socavar la posición de sus colegas?

Ahora Holder manifiesta un exagerado respeto a la labor de los fiscales federales de Nueva York, que también encajan en su orientación ideológica. Les solicita que presenten cargos contra los conspiradores del 11 de Septiembre, dentro de una atmósfera de circo, con una cadena incierta de pruebas (reunidas en un escenario de guerra), envueltas en una nube de denuncias de torturas que el propio Holder ha fomentado.

Hay un motivo serio para seguir este rumbo: que un jurado popular va a proporcionar más legitimidad a la imposición de la pena capital que un tribunal militar. Pero la culpabilidad de estos terroristas no se discute. Y es difícil imaginar que aquellos asqueados o impresionados por los crímenes confesos de Jalid Sheik Mohamed vayan a preocuparse mucho del proceso en torno a su sentencia.

A cambio de una ventaja marginal en el terreno de las relaciones públicas, Estados Unidos va a ser sometido a la difusión pública de fuentes y métodos de Inteligencia, a los posicionamientos de cara a la galería adoptados por asesinos múltiples conscientes de su poder de terroristas estrella, a la posibilidad del levantamiento de los cargos por un error judicial o un error de forma, y a una amenaza cada vez mayor de represalias contra la ciudad de Nueva York. Holder parecía reconocer esta última complicación al afirmar que Nueva York está «en guardia» contra posibles actos de terrorismo. Si yo fuera neoyorquino, calificaría eso de triste consuelo.

En último término, Holder tomó una decisión memorable por su incoherencia. Declaró los tribunales militares estadounidenses constitucionales y apropiados para algunos terroristas, y a continuación premió al cerebro del 11 de Septiembre con la presunción de inocencia y le dispensó el tratamiento del mismísimo O. J. Simpson.

Según el informe de la Comisión del 11 de Septiembre, dentro del plan de los ataques terroristas se suponía que Mohamed iba a encontrarse en el único aparato secuestrado que tocaría tierra. Mataría a todos los varones a bordo, y a continuación realizaría un dramático discurso al mundo. En su juicio ahora va a tener oportunidad de cumplir su deseo.

Las elecciones de Holder no reflejan los cambios políticos normales que se dan entre administraciones. No es característico que siete antiguos directores de la CIA hayan denunciado públicamente el ataque de Holder a la institución de la que formaron parte. No es característico que el predecesor inmediato de Holder, Michael Mukasey, haya llamado al plan de celebrar juicios en Manhattan un «peligroso experimento social» que elevará «mucho» el riesgo de ataques. Está teniendo lugar algo único y siniestro: la Asociación Americana de Libertades Civiles está encargándose en la práctica de la guerra contra el terror.

Holder sostiene que si la gente «examina la decisión de una manera neutral e individual… y trata de hacer algo poco común en Washington -desligarlo de la política y centrarse en lo que es mejor para el país-, creo que las críticas serán relativamente moderadas». Está claro que Holder se ve como un Atticus Finch, defendiendo con neutralidad el Estado de Derecho contra la turba de locos. En la práctica, Holder está siguiendo la vía legal transitada por el ex fiscal general Ramsey Clark, quien definió la objetividad legal como la indiferencia a los intereses asentados de su país. Los principios izquierdistas de Holder se han «desvinculado» de la lucha contra el terrorismo en el mundo real: que se haga justicia aunque los cielos y las carnes se abran.

Presidentes estadounidenses en tiempos de guerra como Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt han comprendido que la Constitución no es un pacto suicida. De manera que los combatientes enemigos han sido juzgados constantemente por una vara legal de medir diferente a la de los ciudadanos estadounidenses. Con total independencia de sus declaraciones iniciales, Holder no cree que EEUU esté en guerra con terroristas. Lo que es peor, parece decidido a minar la posición de aquellos que piensan que sí.

© 2009, Washington Post Writers Group

Michael Gerson

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