Entre los apreciados privilegios de los miembros del Congreso se encuentra el derecho a adivinar. El ritual está ahora mismo en pleno apogeo mientras los sabios del Capitolio atacan a la Reserva Federal por su papel en la crisis financiera del año pasado.
La Reserva tiene su parte de responsabilidad en la creación de la burbuja económica. Pero una vez que estalló la crisis, fue la innovadora respuesta de la Reserva, abierta a cualquier opción, la que salvó al país de lo que habría podido ser otra Gran Depresión. El presidente de la Reserva, Ben Bernanke, merece el elogio público por encontrar formas de inyectar liquidez en mercados crediticios que estaban a punto de congelarse por completo. En lugar de eso, es objeto de un rapapolvo del Congreso.
Las creativas políticas de Bernanke aplicadas en el 2008 fueron posibles gracias a la independencia política de la Reserva y sus amplias competencias. Esas amplias competencias están ahora cuestionándose: el Congreso está proponiendo la imposición de nuevos límites al papel de la Reserva como supervisor financiero y «agente de crédito de último recurso» que podrían impedirle responder igual de agresivamente a la próxima crisis.
El desafío político a la autoridad del Banco Central se produce en un momento especialmente delicado, cuando la economía empieza a repuntar y la Reserva sopesa el futuro endurecimiento de la política monetaria. Necesitará de apoyo público para combatir la inflación. Pero como observaba el New York Times en un artículo publicado en portada la semana pasada, la Reserva es objeto hoy «de un ataque más insidioso que en ningún momento de las últimas décadas», tanto desde la derecha como desde la izquierda.
El sector financiero parece no inmutarse ante las críticas vertidas contra la Reserva, quizá porque los inversores están dando por sentado que las protestas son únicamente posturas políticas interpretadas de cara a la opinión pública. Pero esto podría cambiar. «Si el Congreso parece estar politizando las competencias de la Reserva en la formulación de la política monetaria como poco, está garantizado que se producirán dos sucesos inevitables en el mercado: un desplome del dólar y tipos de interés a largo plazo más elevados», advierte David Smick, consultor financiero de Washington.
Los críticos de la Reserva Federal tienen un improbable nuevo defensor en el senador Chris Dodd, que la pasada semana presentaba un proyecto de ley que privará a la entidad bancaria central de la mayor parte de sus funciones de supervisión. El demócrata de Connecticut declaraba que la Reserva ha constituido «un fracaso estrepitoso» como regulador y que sus competencias deberían traspasarse a una nueva agencia de supervisión que, supuestamente, estará sujeta a un control más estricto por parte del Congreso.
¿Cómo se ha convertido Dodd, el caballero de modales británicos que preside el Comité de Banca, en un neopopulista de la noche a la mañana tras cinco mandatos en el Senado? La respuesta es que en la era de indignación contra el Gobierno, la crítica exagerada a la Reserva Federal parece ser la mejor de las políticas. Dodd se enfrenta a su reelección el año que viene, y ya está siendo atacado por apoyar políticas que contribuyeron a los rescates hipotecarios.
Como muestra de los acalorados ataques vertidos contra el titular, se puede visitar una página web llamada «La Crisis Dodd,» organizada por el ex representante Rob Simmons, uno de sus potenciales contrincantes. En ella se critica el apoyo de Dodd a las hipotecarias públicas Fannie Mae y Freddie Mac y su papel en la autorización de las primas de los ejecutivos de AIG. Observa que Dodd fue un importante receptor de las donaciones de campaña de los tres receptores de rescates con dinero público.
El escepticismo con la Reserva recién descubierto por Dodd es un síntoma del problema más generalizado que sufre la entidad bancaria central. Con el paro superando el 10%, la opinión pública está enfurecida con la debacle financiera del año pasado -y en busca de cabezas que cortar-. La Reserva tiene la dosis justa de elitismo, y Bernanke la imagen justa de profesor ajeno a lo que le rodea, para convertir a ambos en objetivos de la rabia popular.
Los partidarios de Bernanke ofrecen un único argumento para conservar el actual papel de la Reserva en la supervisión de los bancos. Sin ese papel, dicen, la Reserva carecerá de la información -y del «contacto de primera mano» con los mercados- para intervenir con eficacia en caso de crisis. Los países que han intentado desvincular por completo a los bancos centrales del papel de regulación financiera, como Gran Bretaña, a estas alturas lo están lamentando, argumentan los defensores de Bernanke. Para actuar con eficacia como agente de crédito de último recurso, afirman los defensores de la Reserva, la entidad tiene que conocer a sus clientes -lo que será mucho más difícil si se le priva de su presente papel de entidad de regulación-.
Los críticos actuales de la Reserva Federal no eran tan resueltos hace un año, cuando la economía estuvo en caída libre. Cuando Bernanke compareció ante importantes miembros del Congreso para informar de sus planes de salvar a la aseguradora AIG de una quiebra catastrófica, el secretario de los demócratas en el Senado, Harry Reid, ofreció al parecer esta palabrería como respuesta: «Quiero que comprenda que no le estamos dando permiso, y que tampoco estamos denegándolo. Nos reservamos el derecho a hacer matizaciones más tarde».
Quizá sea un presagio de tiempos mejores que el Congreso quiera a estas alturas hacer valer su autoridad. Pero sería estúpido, hasta para los estándares del Congreso, privar de competencias a la Reserva, una de las contadas instituciones públicas que estuvo realmente a la altura del desafío de la crisis del año pasado.
© 2009, Washington Post Writers Group
David Ignatius