domingo, enero 19, 2025
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Negarse a vivir en la inmundicia

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Mientras los estadounidenses piensan en la suerte que tienen, es útil acordarse de las mujeres que piensan lo desafortunadas que son -en el país antes justo de Zimbabue- con la maldición de Robert Mugabe.

Magodonga Mahlangu y Jennifer Williams, líderes de Women of Zimbabwe Arise, ocupan una mesa del Robert F. Kennedy Center for Justice & Human Rights de Washington recordando discretamente actos de valor democrático que deberían predicarse a los cuatro vientos. «Somos gente muy corriente,» dice Williams acerca de un movimiento de quizá 75.000 mujeres que ha tomado parte en más de 100 protestas no violentas -protestas que con frecuencia terminan en un hospital o en la cárcel-.

Tras visitar la Casa Blanca esta semana y recibir el Premio Kennedy de los Derechos Humanos, Mahlangu y Williams serán recibidas en Zimbabue el mes que viene con un proceso judicial por su activismo. Parecen impasibles tanto ante el honor como ante el riesgo.

Women of Zimbabwe Arise está demostrando el significado de la determinación pacífica a una cultura política patriarcal que tiende a la violencia. Estas mujeres exigen justicia social -comida, educación, servicios de salud-, no poder político. Pero en Zimbabue, el simple hecho de protestar contra el hambre se considera sedición. «Por esto -dice Williams- vamos a ser acusadas de ser ‘delincuentes impenitentes’ y las portavoces de un régimen extranjero».

En un mundo de economía de izquierdas y economía conservadora, el Zimbabue de Mugabe viene practicando la economía del genocidio -políticas de gasto público sin límite, inflación, restricciones a las empresas, expropiación de las explotaciones agrícolas y corrupción que han dejado arruinada a la nación. El paro supera el 85% de la economía formal. Casi la mitad de los habitantes de Zimbabue tiene altas probabilidades de sufrir desnutrición o morir de hambre. La esperanza de vida se ha desplomado a la mitad en cuestión de una década. Los niños de Zimbabue tienen los índices de mortalidad, malnutrición y crecimiento limitado más elevados de todo el África subsahariana.

Sorprendente y repulsivamente, esto forma parte de la estrategia de gobierno de Mugabe. «El ZANU-PF (el partido de Mugagbe en el poder) no está utilizando solamente la violencia -dice Mahlangu-, está haciendo que todo el mundo dependa de la ayuda. La gente pasa 9, 10 u 11 horas al día sólo luchando por sobrevivir, reuniendo madera y comida», lo que deja poca energía para la resistencia. Habiendo dejado a los suyos en la indigencia, Mugabe se perpetúa porque los habitantes de Zimbabue están preocupados con su destitución. Es una especie de vampirismo político, en el que el déspota sobrevive ingiriendo las fuerzas de su nación.

Pero a pesar de estos desafíos, dice Mahlangu, «decenas de miles de mujeres se levantan, a veces a las 3 de la mañana, para apuntarse al activismo». Es un movimiento oculto a la vista. Las mujeres no utilizan teléfonos móviles ni correo electrónico, que pueden ser rastreados o vigilados. La resistencia se extiende de boca en boca. Se celebran talleres para preparar a las mujeres para lo que se avecina -el proceso de registro documental y fotográfico, los derechos que pueden exigir-. La organización intenta garantizar que cada mujer tenga un abogado en cuestión de una hora antes de su detención, proporciona un médico si es golpeada, y cuida de su familia mientras está encarcelada. Las mujeres saben que no están solas.

Esta solidaridad es llamativa. Williams cuenta el relato de una detención reciente: «El funcionario de policía me tocó el hombro y dijo, ‘Jennifer, estás detenida’. Mientras era detenida, las demás mujeres empezaron a seguirme. El policía dijo: ‘No, sólo Jennifer’. Pero las mujeres contestaron: ‘No, también son nuestros derechos'». Algunas de las que protestaban llenaron el furgón policial, y entonces las demás caminaron hasta la comisaría de policía y fueron apaleadas a medida que se entregaban. Eventualmente 49 mujeres estaban bajo custodia junto a Williams. A la luz de tal valentía, es Mugabe quien debería tener miedo.

Estas activistas no expresan ninguna teoría grandilocuente de cambio social. Simplemente están decididas a pedir cuentas al Gobierno a todos los niveles. «Si su desagüe no funciona -dice Williams-, vaya a ver a su funcionario local. Puede que la detengan. ¿Pero en serio quiere vivir en esa inmundicia?». Éste es el significado más profundo de la democracia, aún más profundo que marcar una equis en una papeleta: la negativa terca a vivir en la inmundicia.

Cuando pregunté por sus motivaciones, Mahlangu respondió que estaba decidida a «vivir honestamente». Recuerda a las palabras de otro disidente, Vaclav Havel, que dijo que «una única persona aparentemente indefensa que se atreva a gritar la verdad y respaldarla con su persona y su vida, dispuesta a pagar tan alto precio, tiene sorprendentemente mayor poder, sin privilegios formales, que miles de electores anónimos».

© 2009, Washington Post Writers Group

Michael Gerson

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