Viendo esta ciudad, es posible imaginar el aspecto que tendría algún día un Estado palestino si los interesados lo tomaran en serio: las calles están limpias, hay casas nuevas en todas direcciones, y soldados palestinos bordean las carreteras. El visitante ve edificios de apartamentos nuevos, bancos, firmas de arbitraje, concesionarios de vehículos de alta gama y hasta gimnasios.
Éstos son los «hechos sobre el terreno,» como les gusta decir a los israelíes. Y son el resultado de un decidido esfuerzo palestino, con el apoyo estadounidense y el israelí, encaminado a empezar a crear las instituciones de un Estado palestino viable. Hasta los israelíes exigentes, incluyendo al primer ministro, Benjamin Netanyahu, coinciden en señalar que la mejora en las fuerzas de seguridad de los palestinos es real.
Pero ésta es la tragedia: al mismo tiempo que se produce este progreso a golpe de ladrillos y mortero en Ramala y algunas ciudades de Cisjordania más, el proceso de paz se ha derrumbado casi por completo. Un desconfiado Netanyahu viene tomándose su tiempo, un frustrado presidente Mahmud Abbas viene hablando de dimitir, y la Administración Obama se ha apresurado a intentar reanimar las negociaciones.
Es la misma vieja historia deprimente de siempre acerca de oportunidades desperdiciadas en Oriente Próximo. Pero en lugar de arrojar la toalla, Estados Unidos tiene que realizar un esfuerzo mayor.
Ésta es mi sugerencia, construida fruto de mi visita y de varios días de conversaciones con funcionarios israelíes, palestinos y estadounidenses: seguir la vía de Salam Fayyad, primer ministro de la Autoridad Palestina y mayor responsable del cambio radical de Ramala. Él ha trazado un plan de transición a una entidad estatal en dos años. Estados Unidos debería apoyar este objetivo, explícitamente, e instar al inicio inmediato de las negociaciones de los detalles.
«Fayyad es el único que tiene una influencia real, pero su plan no es sostenible sin un proceso político,» explica Martin Indyk, director del Centro Saban en la Brookings Institution, que organiza una conferencia de tres días en Jerusalén para discutir asuntos norteamericano-israelíes.
Los israelíes pueden desconfiar de ciertos aspectos del plan de construcción de la identidad nacional de Fayyad, pero para eso están las negociaciones. Es una alternativa mejor que la reciente propuesta lanzada por los aliados de Abbas de que Naciones Unidas declare un Estado palestino, lo que Netanyahu rechaza con toda razón como movimiento unilateral. Y ciertamente es una alternativa mejor que dejar simplemente que los problemas campen a sus anchas, lo cual sólo beneficia a Hamas, el grupo fundamentalista que controla Gaza.
«En lo que nos estamos centrando es en prepararnos para el Estado,» dice Fayyad. Su plan, dado a conocer hace tres meses, es un compendio de declaraciones de intenciones, ministerio a ministerio, de proporcionar servicios públicos. «Nuestro objetivo consiste en garantizar que en cuestión de dos años, el pueblo palestino tenga instituciones fuertes y competentes».
Esto puede sonar a castillos en el aire, teniendo en cuenta la reputación de corrupción e ineficacia que tiene la Autoridad Palestina. Pero Fayyad, ex funcionario del Fondo Monetario Internacional, ha empezado a dar un vuelco a esa trayectoria de desfalcos. Su reorganización de los servicios públicos en Cisjordania ha estimulado algo parecido a una expansión económica aquí. La economía creció oficialmente al 7%, y Fayyad presume que el ritmo real podría ser del 11%.
Los israelíes han ayudado a la economía eliminando 28 de los 42 controles de Cisjordania. Pero podrán hacer más para facilitar el movimiento y el acceso al mercado de las empresas de Cisjordania. El desarrollo económico es una opción más barata que las tropas israelíes.
El mayor éxito de Fayyad -para sorpresa de los israelíes- se ha producido en el terreno de la seguridad. Cuando ocupó el puesto de primer ministro en el 2007, los pistoleros recorrían Cisjordania casi con total libertad. Fayyad insistió en que el Gobierno estableciera el monopolio del orden, y con la ayuda estadounidense y la israelí ha producido resultados. Estados Unidos ha financiado la formación de lo que son ya más de 2.000 efectivos militares bien entrenados, con varios miles más planeados hacia el 2011. Tras su reticencia inicial, los israelíes les han cedido el control de las ciudades de Cisjordania.
Los israelíes harán bien en aprovechar este éxito reduciendo sus propias incursiones en las ciudades y ampliando las competencias de los efectivos palestinos. Ahora mismo, los palestinos precisan normalmente del permiso israelí para abandonar los núcleos urbanos importantes. Un alto funcionario militar israelí me dice que está dispuesto a dejar que los palestinos controlen más las aldeas y las zonas rurales, un avance que Fayyad afirma daría esperanza a los palestinos de que su presencia desaparecerá con el tiempo.
No se me entienda mal: la situación de Cisjordania sigue siendo muy delicada, y Gaza es un desastre. Fayyad tendrá mucha suerte si cumple su calendario de dos años de creación de instituciones palestinas eficaces. Si no puede cumplir, los israelíes no deben seguir adelante. Pero francamente, su programa de construcción de la identidad nacional es el único rayo de esperanza que se puede ver en la vorágine de los palestinos, y merece el apoyo estadounidense.
© 2009, Washington Post Writers Group
David Ignatius