domingo, enero 19, 2025
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Disparate alternativo

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Tras sugerencia de un lector, navego por las webs de la National Gallery, el Louvre, el Metropolitan y el Hermitage. Magníficas. Luego entro en la del Museo del Prado y, como ya me advirtió mi fuente, surge la pregunta de a qué amigo o familiar le han encargado una página tan simplona y rudimentaria, tan lejana a los méritos de la que se supone la primera pinacoteca del mundo.

Claro, que en España se ignora mayoritariamente qué significa pinacoteca. Y, como esto se supone una democracia, carguémonos esa palabra que no sirve para nada. Después de todo, la última Gramática publicada por la Real Academia tampoco respeta mucho los principios sobre los que se creó y formó el idioma antiguamente conocido como español, después castellano y ahora, por mor de los independentismos, de nuevo español. Insisto a menudo en que los estudios del todavía idioma oficial de todos los españoles poco tienen que ver con esa lengua, que están demasiado influidos por lingüistas extranjeros y que por eso en este país se lee crecientemente peor.

Si es que se lee. Estos días de puente, al coger el coche y meterse en autovía, es inevitable ver uno de esos carteles luminosos con el aviso -¿amenaza?- de «Controles alternativos de alcoholemia». Ya estamos acostumbrados a que se persiga antes al ciudadano normal que al delincuente, pero lo que no sabíamos es que había alternativa a los controles de toda la vida: cuando te paren, ¿puedes elegir entre soplar o ponerte a caminar sobre la línea blanca que marca el arcén? Supongo que querían referirse a controles aleatorios o algo semejante, pero la decisión del titulito surgió en la DGT después de que Pere Navarro tuviese un almuerzo con los colectivos minoritarios de los que tan bien vive Pedro Zerolo.

Puestos a buscar alternativas, la SGAE quería montar sus oficinas en el precioso palacio neoclásico del infante don Luis sito en Boadilla del Monte, pero ahora resulta que no van a poder por los numerosos restos arqueológicos que allí se encuentran. Quizás confunda términos y ande perdido en intentar comprender el porqué de la ley de la Memoria Histórica, pero algo hay de justicia poética en todo este asunto mientras la sociedad de Teddy Bautista y Ramoncín no pague los derechos de autor a los herederos de Ventura Rodríguez, personaje que, a pesar de no salir en los libros de texto, debe ser alguien importante ya que en Madrid cuenta con calle y parada de metro.

Siguiendo con el disparate, nada como lo del asunto de la activista saharaui Aminatu Haidar, que, con la inestimable ayuda de su enemigo, Marruecos, está dejando en pañales a la diplomacia española, antaño lustrosa, de capa caída desde que los políticos empezaron a destrozarla con su «okupación» hasta alcanzar el nadir con la pésima gestión de Miguel Ángel Moratinos. El ‘asunto Haidar’ vuelve a demostrar que a este Gobierno se le vence presionándole o, simplemente, engañándole, como ha hecho el obediente Gobierno de la dinastía alauita.

Según el Derecho Internacional Público, uno no puede convertirse en apátrida. Es decir, si dejas tu nacionalidad es para conseguir otra. Pero como tampoco me convence ser francés, italiano o inglés -que voy con España cuando juega al fútbol, baloncesto, tenis, balonmano, etc.-, habrá que comenzar a pensar si eso de la condición de apátrida no lo sabrán en los pasillos de los ministerios y del palacio de la Moncloa, en el que sí se han hecho muchas obras y nadie sabe si cargándose o no restos arqueológicos, que, en España como en las naciones vecinas, resulta bastante probable.

Aunque, para qué engañarnos, uno no desea optar por la alternativa de dejar de ser español. Se conforma simplemente con soñar con un cambio de aires. Puestos a poner controles alternativos, habrá que seguir luchando para que esas alternancias se produzcan en asuntos más serios, como puede ser la reforma autonómica, la eliminación de la dependencia de lo público, un sistema educativo en condiciones… bueno, todas esas cosas de las que hablo a menudo en este rincón de internet.

A la postre, lo que quiero decir en este artículo es aquel famoso «No es esto, no es esto». Somos el único país del mundo que, con una Constitución de 31 años, no sabemos si es inmadura o está caduca. Claro que el significado de estas dos palabras tampoco se explica ni entiende en ninguna parte del sistema español. ¿O la DGT lo hará en los anuncios paternalista-coercitivos de la campaña de Navidad? [email protected]

Daniel Martín

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