Había un viejo periodista deportivo que ante partidos de resultado incierto no se mojaba y pronosticaba: «Victoria mínima de uno de los dos salvo empate». Solía acertar. El llamado Maga Karaj se aventuraba a anunciar con antelación qué equipo sería campeón y cuáles descenderían. Cuando marraba decía que el error no era suyo, sino del equipo que no había respondido a sus expectativas. Los periodistas actuales nos hemos equivocado con la Liga actual.
La opinión general había considerado que la Liga iba a ser mano a mano entre Barcelona y Madrid y nos estamos topando con el problema de que Valencia y Sevilla no quiere ser convidados de piedra. Ambos están poniendo su aliento en los cogotes de quienes les preceden.
El Valencia tiene la oportunidad, el sábado, en Mestalla, de empatar a puntos con el Madrid. Si le vence, la Liga habrá tomado más interés todavía. Para que valencianos y sevillanos volvieran a poner los pies en el suelo sería preciso que el Madrid ganara en el campo valencianista.
El partido del sábado se presenta con más incógnitas de las previstas. El Madrid no tiene totalmente recuperado a Cristiano, y además, expulsado contra el Almería, no podrá jugar en Mestalla. y Kaká tiene problemas de pubalgia. El Valencia no puede contar con el mago Silva, lo que le obliga a improvisar un sistema sin quien suele llevar la batuta en el fútbol de ataque.
El Valencia, a cambio, va a contar con la pequeña ventaja de no tener que jugar competición europea esta semana, lo que sí tiene que hacer hoy el Madrid en Marsella, donde necesita los puntos para reafirmar su posición en la clasificación y, consecuentemente, el pase a la siguiente ronda.
Que la Liga se haya apretado en la cabeza es la mejor buena nueva que podía recibir el fútbol nacional. Mantener la emoción proporciona beneficios. Las taquillas mejoran cuando los partidos tienen «iva» -morbo- añadido.
Antes de llegar a la próxima jornada tendemos materia suficiente con la Liga de Campeones. Sólo el Atlético ha quedado fuera de concurso.
Julián García Candau