Es la crónica de un drama vivido a lo largo de cinco décadas de la historia de ETA. En medio de un espeso debate sobre las incertidumbres económicas en nuestro país, emerge el relato del dolor acumulado, cuyas víctimas, en muchos de los casos, fueron olvidadas. Tres expertos en el análisis del terrorismo nos muestran las historias de los 857 víctimas mortales de ETA, desde que la banda tomó la decisión de matar, en 1968, al guardia civil José Antonio Pardines, hasta los asesinatos de los agentes del mismo cuerpo el 30 de julio del 2009, Diego Salvá Lezáun y Carlos Enrique Sáenz de Tejada, en Calviá (Baleares). El listado está encabezado por Begoña Urroz Ibarrola, de dos meses, alcanzada por una bomba en 1960 en San Sebastián.
Florencio Domínguez, Rogelio Alonso y Marcos García Rey presentaron el libro en Madrid este miércoles. Tras seis años de trabajo, los autores reconstruyen una memoria de todos los asesinados, mediante el relato cronológico de los crímenes, las circunstancias en que se produjeron, los testimonios de los testigos, las inquietudes de las víctimas y algunas de las coartadas que utilizaron los victimarios para acabar con sus vidas. El libro sitúa en cada caso la descripción de los aspectos ambientales y políticos de estos sucesos y las cambiantes estrategias de la banda.
Era un libro necesario, aunque sea una memoria triste. Un manual imprescindible para periodistas y académicos, pero, sobre todo, según explicaba en la presentación del acto Maite Pagazaurtundua, «es un homenaje a las víctimas hecho con palabras». El relato aporta el rasgo humano, revitaliza a los asesinados y nos muestra sus vidas. Hace tan sólo 12 años, lo recuerda el experto analista Florencio Domínguez, las víctimas «eran invisibles». Ahora, por su propio trabajo, han dejado de serlo. Según los autores, el libro quiere contribuir a conservar en la sociedad la memoria de las víctimas, porque eso supone la derrota de los terroristas.
Éste es el reto de los autores. Impedir que se borre la siniestra cadena de muertes causadas con el pretexto de un proyecto político. «Hay que saber quién murió y quién mató», dice José María Múgica, hijo del socialista Fernando Múgica, asesinado por ETA y testigo del crimen, en unas palabras que han sido recogidas en el libro. Evitar que en un nuevo intento de la banda de una negociación política se entierre definitivamente a las víctimas. Es el tan manido «relato definitivo», del que tanto se ha escrito como posible trueque para que, cuando todo acabe, no quede ni la memoria. No queden ni víctimas ni verdugos.
Tras este libro, de 1.300 páginas, ya no será fácil. Los autores han mostrado el rostro de las víctimas, en la idea de que «si se pone el acento en aquellas personas que los terroristas han matado o herido se desfigura el conflicto político con el que han justificado sus crímenes». También se exponen los nombres de los terroristas condenados, y las sentencias de los tribunales.
Es la crónica de la «letanía de muerte de ETA, de los dramas humanos». El historiador García de Cortázar manifiesta que «es ahí donde se puede apreciar el coste brutal, el impacto humano y político que ha tenido el terrorismo en nuestra sociedad». Pero Vidas rotas es también un canto a la vida. Porque es un dique contra el olvido.
Chelo Aparicio