Estaba en estos días comentando con unos amigos los defectos de este país, la falta de espíritu emprendedor, los horarios del algunos funcionarios, los gastos irresponsables de la Administración, y encima la deuda, el déficit, el paro, el desconcierto del Gobierno, las prisas de los decretos…
Nos lo estábamos pasando en grande destrozando un poco a este país hasta que se me ocurrió recordar algo que había leído en The New York Times la semana pasada. Era una noticia sobre los temores de los mercados internacionales: ahora el foco de atención había pasado de Grecia a España.
El artículo tenía una frase que me gustó. La voy a poner tal cual: “The focus of Europe’s problems is rapidly shifting from Greece to Spain, one of the world’s largest economies”. “El centro de atención de los problemas de Europa está cambiando rápidamente de Grecia a España, una de las economías más poderosas del globo”.
¿Lo veis? Una de las economías más poderosas del globo. Cuando lo comenté con mis amigos, se quedaron pensativos unos segundos. Luego tratamos de recordar qué puesto ocupamos: ¿somos la 15? No la décima potencia. Yo creo que somos la octava potencia, de hecho, pedimos entrar en el G-7.
Octava o décimo quinta, es igual, porque es un gran puesto. De repente cambió nuestra percepción del país porque nos pusimos a contar anécdotas de qué supone, por ejemplo, vivir en Honduras, cómo funciona Brasil, o qué te pasa incluso en EEUU si te caes enfermo en la calle. Y entonces empezamos a elogiar nuestro sistema social, nuestra sanidad, nuestro país.
Nos dimos cuenta de que uno de los deportes nacionales, que todos hemos practicado, consiste en “tiro a lo español”. Lo único que se salva es la tortilla de patatas y el jamón ibérico. Practicábamos estas críticas incluso cuando nos iban bien las cosas.
Según la ONU, hay más de 200 países en el planeta. Si ocupamos el puesto 15, por ejemplo, algo debemos estar haciendo bien, ¿no? O visto de otro modo, hay 190 países que lo hacen peor. Incluso con la crisis, hay 190 países que lo hacen peor.
Siempre nos comparamos con potencias de la clase de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos e incluso Italia, y sentimos que en muchos casos no estamos a su altura. Pero cada vez menos. Los italianos admiran la administración española porque dicen que es más eficiente que la suya. Los ingleses admiran nuestras carreteras porque las suyas se caen a pedazos. Los norteamericanos añoran nuestro sistema de salud.
Es verdad que hay muchas cosas que se podrían mejorar: hay un gran absentismo laboral en la empresa privada, muchos funcionarios no merecen lo que ganan, los políticos son unos manirrotos, en las empresas falta planificación, no hay gente con talento para descubrir a las personas con talento, se tiene un concepto negativo del empresario, el Gobierno no ha hecho sus deberes a tiempo…
Pero aun así, como dice The New York Times, somos una de las mayores potencias del globo. Y hay que pensar ya con esa mentalidad.
Ya sé que escribir esto en tiempos de zozobra, con la Bolsa a la deriva, sin acuerdo laboral, con un paro de 4,6 millones de personas, con déficit galopante y con cajas en caída libre, no es lo mejor. Pero tampoco hay que olvidarlo.
Carlos Salas