Si dos de cada tres nuevos parados de la zona euro salen de España -y eso se sabe desde hace varios meses-, la reforma laboral, el motor de todas las reformas, como insinuaba el pasado año el gobernador del Banco de España, se hacía inevitable. El Gobierno de Zapatero, preso de sus propias arengas contra la derecha y sus promesas reiteradas a los sindicatos, perdió excesivo tiempo mientras se asociaba la reforma laboral al despido libre. Ahora, después de dos años de negociaciones con los agentes sociales (patronal y sindicatos), se ve ante la disyuntiva de abordarla.
Hace ya un tiempo, un centenar de economistas de universidades españolas y extranjeras propusieron una profunda reforma del mercado laboral que incluyera la eliminación de todos los contratos temporales salvo el de interinidad y la creación de un único contrato indefinido en el que las indemnizaciones por despido fueran progresivas. Decían los analistas que “si no sabemos reaccionar” tardaríamos más de una década en recuperar el nivel de paro anterior a la crisis.
El experto Juan Bengoechea reflexionaba recientemente sobre la naturaleza del paro en España (El Correo, 21/03/10). Nuestro mercado de trabajo -afirmaba- padece ciclotimia: genera mucho empleo en los ciclos expansivos y lo destruye también mucho durante las fases recesivas. ¿Qué puede paliar en esta situación un cambio normativo en el mercado laboral?
Los sindicatos han puesto el énfasis en la resistencia a aceptar una precariedad del mercado laboral -que temen como fruto de la reforma- y el abaratamiento del despido. Desde otros análisis se denuesta la rigidez de un mercado, cuyas sucesivas reformas han ido acoplándose a un estado de cosas heredado de otras épocas, lo que ha producido monstruos como la disparidad de derechos entre trabajadores fijos y temporales. Estos últimos, los primeros en engrosar las listas del paro, han convivido con la paradoja de unos crecimientos salariales de los trabajadores fijos en torno al 4% en plena crisis. No hay equidad.
Desde el punto de vista sindical, la resistencia a modificaciones que empeoren unas conquistas laborales es explicable, sobre todo si presuponen que no mejorarán en contrapartida las contrataciones precarias. Es parte de la esencia sindical. Pero con un paro que ronda el 20 por ciento y casi el doble el juvenil, una reforma que establezca una equiparación de derechos mediante una fórmula más homologable -sino única- puede ser deseada por jóvenes y otros trabajadores temporales.
La posición del Gobierno parte de la encrucijada tras haberse negado, reiteradamente, a una reforma de calado. Ahora deberá asumir el coste electoral derivado de tener que contradecirse en sus propios compromisos. El tiempo ha pasado. Las voces de alarma no han cesado. La última, la del Banco Mundial, que, aunque apunta que las medidas adoptadas por el Gobierno van en la dirección correcta, advierte de que la situación en España “es muy grave” por un desempleo “extremadamente alto”.
No hay escapatoria. Zapatero no podrá sustraerse a las exigencias de Bruselas urgidas por la estabilidad del euro y deberá reconocerlo. Es lo que tiene la realidad, que devuelve como espejos deformantes las palabras grandilocuentes. “Os lo juro: el poder no me cambiará”. Pues sí. El poder (y las circunstancias) nos hacen cambiar.
Chelo Aparicio