lunes, noviembre 25, 2024
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Más Europa, menos ETA

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“Es toda una nación la que recupera el pleno sentido de su historia”. Con estas palabras cerraba Felipe González su discurso tras la firma del Tratado de Adhesión de España y Portugal a la Comunidad Europea, en un solemne acto celebrado el 12 de junio de 1985, en el salón de columnas del Palacio de Oriente, bajo la presidencia del Rey y con la asistencia de ocho jefes de Estado y trescientos invitados de los países miembros. Testigo singular, Carlos V dominando al furor, réplica del original de la magistral obra de los escultores Leone y Pompeo Leoni.

Atardecer en el Campo del Moro. El regio salón luce todo su esplendor para celebrar este hito de nuestra joven democracia, cuando Juan Carlos I se dirige a los asistentes para darles la bienvenida a España y felicitarse junto con Portugal de lo que ya será la definitiva integración de los dos países ibéricos en la futura Unión Europea. Un rictus de tristeza asoma al rostro del monarca, que hace unas horas ha recibido la noticia de cuatro nuevos asesinatos de ETA, el coronel Vicente Romero y su conductor, en la calle del General Oraá; un artificiero de la Policía Nacional en el estacionamiento de Goya, junto a El Corte Inglés, y un suboficial de la Armada en Portugalete.

La banda terrorista ha pretendido una vez más vestir de luto las galas de un día realmente histórico para el Reino de España, que a partir de este miércoles de la primavera de 1985 vivirá sus mejores años en el concierto europeo y será motivo de la prosperidad de sus ciudadanos merced a la ayuda que empezará a llegar desde Bruselas, en especial para las infraestructuras. Desde que Felipe González llegara a la Moncloa, ETA ha perpetrado más de un centenar de atentados con víctimas mortales, en una escalada que se recrudece tras la muerte de Franco y alcanza su cumbre en el trienio 1978-1980 con doscientos muertos.

Se han cumplido veinticinco años de aquella fecha. El panorama hoy es bien distinto: la Unión Europea no atraviesa por sus mejores momentos y la banda terrorista ETA tiene unos seiscientos de sus militantes en las cárceles. Al menos un 25 por ciento no secunda ya las protestas ni las huelgas de hambre y muchos de ellos han firmado escritos anunciando que abandonan la disciplina del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK), férrea organización que imparte consignas y ejerce el control sobre sus pupilos en los centros de reclusión. Fuera y dentro de las prisiones son cada vez más las voces de etarras y de su entorno que predican el abandono de las armas, lo que, unido a la eficaz actuación de las fuerzas de seguridad española y francesa, ha dejado diezmada, cuando no aniquilada, a esta banda de asesinos, cuyos cabecillas han caído también en manos de la Justicia.

Las celebraciones de estas bodas de oro en Lisboa y en Madrid no han estado presididas por la esperanza y el optimismo que caracterizó aquella jornada ya lejana de la firma del Tratado de Adhesión. Los discursos han incidido en la necesidad de incrementar la solidaridad y la colaboración mediante “más Europa”, o lo que es lo mismo, un mayor grado de integración para salir de la crisis. Pero los rostros no denotaban precisamente confianza en el momento que vivimos los europeos. Al contrario, la preocupación por el futuro más cercano era el denominador común de un auditorio que tiene interiorizado que lo peor está por llegar. Ni la simulación de normalidad lograba despejar del ambiente las dificultades de los días por venir.

Sin embargo, podemos alegrarnos en la constatación de que ETA es menos, casi nada si la comparamos con aquella sanguinaria banda que ponía su firma de muerte al pie de cualquier acontecimiento relevante que tuviera lugar en España.

Francisco Giménez-Alemán

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